Inicia un nuevo gobierno. En el balance, el anterior deja un legado positivo en varios temas y, como siempre, otro legado: el de los enormes retos. Sin lugar a dudas, la herencia más compleja es el estado de inseguridad pública y ciudadana que sufre el país. La violencia está en todos lados, pasiva y activa. En distintas manifestaciones y formas, los individuos, las familias, las empresas, los barrios, las ciudades y el país están siendo azotados por diversos y simultáneos delitos que se han robado muchas cosas, pero sobre todo se han robado la paz.
La paz, un anhelo que México desconoce desde hace ya varias décadas. Y es precisamente ese prolongado periodo de inseguridad lo que hace que, independientemente de los esfuerzos estratégicos o tácticos que se instrumenten, esa paz se pueda encontrar más lejos que nunca.
Para comprender esta afirmación, es necesario distinguir entre dos conceptos parecidos pero a la vez absolutamente diferentes: el deseo y la deseabilidad. El deseo de paz, en términos generales, es universal. Si preguntamos a millones de personas si desean la paz, es probable que casi todas respondan que sí. La deseabilidad es muy diferente, porque es un concepto que incorpora la forma en que los intereses personales o de grupo influyen sobre el deseo de paz. Ahí la cosa cambia. Por ejemplo, el complejo económico-militar global no considera que la paz sea deseable. Incluso, muchos pueblos en guerra pueden desear la paz pero no consideran deseable que la paz se logre a partir de ser derrotados por su enemigo. Así entonces, incluso para los pueblos en guerra, la paz es un deseo, pero lo deseable es usar la guerra para vencer.
En este contexto, México está en un momento histórico en el que temo que estamos en peligro de perder la deseabilidad de la paz. La cantidad de intereses económicos que hoy dependen de la ilegalidad y el crimen han crecido a un grado tal, que existe el riesgo real de entrar en una espiral similar a la de regiones en las que la paz es deseada en lo abstracto, pero indeseable en la práctica. El problema explota de forma aún más dramática cuando los grupos que tradicionalmente lucran con la inestabilidad, como las organizaciones criminales, infiltran a actores que en teoría deberían preferir la paz, como los gobiernos y las instituciones, y juntos encuentran más rentabilidad en el caos que en la estabilidad.
Desconozco si México ya está ahí. Espero que no, porque ese es un punto de no retorno. Cuando la indeseabilidad de pacificación rebasa el deseo de paz, en paralelo deja de ser cierto aquel famoso dicho que al final es nuestra última esperanza: que somos más los buenos que los malos. Después del punto de quiebre, ya no es así. Y hasta aquí el análisis criminal de tu Sala de Consejo semanal.