Cultura

Morena: centralismo democrático nativo

Comienzo por negar que Morena sea el partido de un solo hombre. Para ser precisos, se trata de una construcción política, sumamente abigarrada, donde cada grupo de interés tiene un jefe inmediato, pero todos responden, eso sí, a lo que simboliza el caudillismo ejemplar de Andrés Manuel López Obrador.

Por sí mismo él no ha creado casi nada; solo le ha dado forma, unidad, a lo que ya existía y que necesitaba con urgencia de un representante. Y qué mejor que él, un puritano de formación religiosa que rehúye pronunciarse sobre temas espinosos (como los derechos de los homosexuales); un elocuente paisano del sureste que reivindica eslóganes como “honestidad valiente”; un ideólogo magistral que simplifica las cosas para todos: hay una “mafia del poder” y él tiene la misión histórica de combatirla. Invoca la fe y, desde luego, la esperanza. No tiene ningún proyecto coherente, ni lo necesita: un día maldice a los empresarios y sube en las encuestas; otro día los perdona (casualmente a algunos de los más poderosos) y las preferencias no cambian. Eso termina por darle a cualquier político una confianza extraprogramática.

Sorprendentemente, lo que él representa viene a ser, en un contexto de profunda crisis y desaliento nacionales, ni más ni menos que la izquierda mexicana, una cada vez más singular que a estas alturas agrupa lo mismo a ex priistas de las más viejas y peores cepas, que a ex integrantes con pedigrí (intelectual, político o simplemente familiar) de lo que fueron las filas comunistas y progresistas, así como a diversos vividores de las carencias sociales, sin faltar de forma directa delincuentes de otra escala que bien pueden regentar organizaciones de invasores de terrenos o incluso redes de narcomenudeo (como ya vimos en la delegación Tláhuac).

Es un honor estar con Obrador. Con él principia y termina la idea dominante de lo que es la izquierda en nuestro país. Y no es exactamente que él (o “lo que diga su dedito”, como socarronamente presume) decida todo, pero es un hecho que él es quien le da cohesión a todos los grupos que integran Morena; los representa y se ha convertido en el gran crupier que reparte las fichas y a quien todos le confían su intereses (que son, claro, “los del pueblo”).

El juego hasta hoy había sido del gusto de casi todos. Desavenencias las ha habido, por supuesto, pero nada que no se haya arreglado dejando las filas del PRD y poniendo los intereses de Morena “por encima del interés particular”. En eso, esta prometedora organización reproduce con fidelidad la vida interna de los partidos comunistas del siglo XX, que a pesar de que parecían vivir permanentemente en asambleas democráticas y en eternos debates, lo cierto es que al final todas sus decisiones eran tomadas por unos cuantos. Era entonces, cuando las cosas no cuadraban, que se apelaba a un principio supremo que, desde Lenin, es la coartada perfecta para anular o someter cualquier disenso: el centralismo democrático (donde centralismo es pura disciplina y democracia el acatamiento consciente por parte de la militancia de una directriz del gran jerarca).

Así, el sui géneris ejercicio demoscópico de Morena para dar con su candidato al gobierno capitalino ha dejado un damnificado que ya está exigiendo públicamente que se reponga el proceso, porque resulta que todas las encuestas externas lo daban por ganador, y la encuesta interna lo declara increíblemente perdedor.

Se trata, ni más ni menos, que de uno de sus cuadros dirigentes más importantes: Ricardo Monreal, que en estos días acaba de descubrir, horrorizado, cómo se las gasta su organización a la hora de que a su líder máximo se le pega la gana algo.

Cierto es que al camarada Monreal nunca le pareció raro, en todos estos años de bregar al lado de López Obrador, el mecanismo de selección de muchos de sus candidatos a diversos cargos de eleccion popular. Es de suponerse que hasta ahora la operación y sabiduría del gran timonel de Macuspana habían sido incuestionables. Pero también es cierto que las formas resultan ahora especialmente groseras, como venidas de las asambleas universitarias de las que tanto gustaba Claudia Sheinbaum, donde la cosa comenzaba con el auditorio lleno y terminaba en la madrugada con unos cuantos iniciados que decidían todo en nombre de la mayoría.

El asunto es que los principales actores involucrados en este penoso proceso han quedado atrapados, por sus declaraciones y acciones recientes, en un intríngulis de consecuencias impredecibles. Me temo que el juego del centralismo democrático nativo (que desde luego ellos llaman de muchas otras formas) esta vez no los dejó bien parados. La dosis de farsa fue demasiado elevada.

Lenin se habría burlado de ellos.

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Ariel González Jiménez
  • Ariel González Jiménez
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