Todo libro de política ha de examinar, como cosa central, el uso de la fuerza o la astucia para obtener ciertos fines. Azorín no es la excepción y en El político vuelve al asunto recordando a un clásico: “El político ha de ser fuerte y hábil: ésta es la doctrina de Maquiavelo. El león y la vulpeja le suministran un buen ejemplo para hacer patente, resaltante, su idea. Es necesario —dice Maquiavelo— ser vulpeja para conocer los lazos y ser león para espantar los lobos: bissogna essere volpe o conoscere i lacci, e lione a sbigottire i lupi”.
En la política nacional quedan muy pocos leones y hay demasiadas zorras. (Tranquilos y tranquilas: que nadie llame a la Conapred, no hay carga sexista, machista, ni ofensiva, tan solo el significado de “vulpeja”, palabreja con la que no estamos muy familiarizados). Los políticos fuertes, que no autoritarios, son una minoría; mientras los habilidosos (básicamente para escalar, pasar de un partido a otro y sortear todos los obstáculos) son un montón que cada vez más vulgariza su verdadero oficio. Digamos que entre un saltimbanqui como Barbosa y otro como lo fue Muñoz Ledo, por ejemplo, hay muchos alambres y metros de diferencia. Y son todavía mucho más escasos los personajes que idealmente llevan la fuerza y la habilidad en sus entrañas.
Para ilustrar la serenidad ante la desgracia, que debe mostrar el político, Azorín relata: “Viendo don Rodrigo Calderón que iban mal sus negocios, dispuso bien su hacienda, arregló sus papeles y se retiró a Valladolid. Conspiraban contra él los palaciegos y señores; arreciaba la persecución. Don Rodrigo tuvo varios avisos de que le iban a prender, pero no quiso fugarse; deseó esperar tranquilamente el golpe”.
Desconozco si don Rodrigo era inocente o no, pero ante la tortura nunca confesó falta alguna y enfrentó su ejecución con gran entereza. Con varios ex gobernadores prófugos, otros en prisión y algunos más que aún gobiernan en el ojo de diversas investigaciones, bueno sería reflexionar en esta valerosa actitud de don Rodrigo, pero la verdad es que no tiene nada que ver, porque entre nuestros cleptócratas solo priva la más ruin cobardía cuando caen en desgracia.
Ahora bien, Azorín cree que el honor es un enigma: “¿Es esta cualidad innata en el hombre? Y ¿qué es el honor? El honor varía según las latitudes, las regiones del planeta; no es lo mismo entre los europeos que entre los asiáticos, por ejemplo. Varía también según los tiempos; hay diferencias entre el honor de un hombre de la Edad Media y otro de los tiempos presentes”. Pero hay, debería haber, honor en el político; honorabilidad capaz de inspirar algún respeto.
El político de esta administración (y de la oposición que burla de ella, pues “no canta mal las rancheras”) se reconfortará leyendo a Azorín cuando escribe: “No sean muchas ni muy agobiadoras las lecturas; lea pocos libros. Si ha sido buen lector en su mocedad, ya tendrá cierta experiencia que le permitirá conocer lo que ha de leer y apartar de su camino el fárrago de lo malo; si no sucediera tal cosa, cualquier hombre inteligente, conocedor, de entre sus parciales, puede indicarle en una breve nota los libros que durante el año pudiere leer”. No viene al caso. ¿Cuáles mocedades lectoras? ¿Cuáles clásicos entre los que no han leído ni La famila Burrón? ¿Entre los que se burlan de Peña Nieto y a duras penas, ellos mismos, saben leer y escribir? Háganle como sea, pero lean, lean un poquito: al menos las tarjetas de sus “parciales”.
Leer, pensar, escribir, decir…todo es difícil para nuestros políticos. Pero escuchar… Ah, qué complicado es escuchar para los que tienen un poquito de poder; y qué imposible resulta para muy encumbrados. Azorín lo plantea claramente: “Entre todos los que conversan, unos no conversan, es decir, se lo hablan ellos todo; toman la palabra desde que os saludan y no la dejan; otros, si la dejan, os acometen con sus frases apenas habéis articulado una sílaba, os atropellan, no os dejan acabar el concepto; finalmente, unos terceros, si callan, están inquietos, nerviosos, sin escuchar lo que decís y atentos solo a lo que van ellos a replicar cuando calléis”.
El político mexicano no escucha, cierto; pero tampoco habla gran cosa (salvo con sus pares, donde arrebata el micrófono y luego pasa frecuentemente a los gritos, cuando no a los golpes). Para hablar se supone que las ideas llevan el ritmo, pero como no hay muchas su capacidad para improvisar es deplorable.
Calculé mal mi espacio para hablar del político ideal de Azorín. Me quedan en el apunte temas fundamentales: la mujer del político, el discurso y el tiempo del retiro. No puedo completar estos comentarios sin ellos, por los que suplico reencontrarnos, si la paciencia del lector lo permite, la próxima semana para abordarlos. Esposas, amantes, ghost writers y tozudos veteranos de la política podrían interesarse…