Ahora que celebramos en todo el mundo el 400 aniversario del fallecimiento de William Shakespeare, me he detenido en más de una ocasión a pensar en el gran Christopher Marlowe, cuya inmensa figura eclipsó a Shakespeare en los inicios de su carrera, aunque, como podemos constatar hoy, al final ha sido el autor de Hamlet el que ha eclipsado casi por completo a su brillante predecesor.
No faltan hoy —quizá en descargo de su gloria y fama— quienes crean que Marlowe es el autor de ciertas obras de Shakespeare, e incluso los más osados han llegado a suponer que en realidad se trata del mismo personaje. Por lo pronto, solo podemos tener la certeza de que Marlowe nos legó una pieza extraordinaria, Doctor Fausto, que recuperó para el mundo isabelino el mito fáustico con absoluta genialidad.
Ahí se encuentra una de las reflexiones más perdurables y ciertas de cuanto podemos concebir como infierno. Y vuelvo a ella porque Chernóbil forma parte de esos acercamientos y esfuerzos que el hombre ha realizado para traer el infierno a la tierra.
De ahí que no hay que perder de vista las sabias palabras que cruza Fausto con Mefisto una vez que ha ofertado su alma a cambio de poder y conocimiento:
MEFISTO: Ahora, Faustus, pregunta todo lo que quieras.
FAUSTUS: Primero te cuestionaré acerca del infierno.
Dime, ¿dónde está el lugar que los hombres llaman el infierno?
MEFISTO: Bajo el cielo.
FAUSTUS: Sí, ¿pero dónde?
MEFISTO: Dentro de las entrañas de estos elementos, donde nos torturan y permanecemos para siempre. El infierno no tiene fronteras, ni está restringido a un mismo sitio, puesto que el infierno está donde estemos, y donde esté el infierno estaremos nosotros siempre por fuerza. Y, para terminar, cuando se disuelva el mundo y todas las criaturas sean purificadas, todos los lugares que no sean el cielo serán el infierno.
FAUSTUS: Vamos, pienso que el infierno es un cuento.
MEFISTO: Eso, sigue pensando así hasta que la experiencia te haga cambiar de opinión.
Así, ya que vemos todo lo que la tierra nos ofrece en materia de desastre y dolor, confirmamos que el infierno no es un cuento, salvo en lo que a su ubicación y propósito se refiere. Está aquí, en este mundo, y no abraza a los pecadores exclusivamente, sino, llegado el momento, a todos por igual. Basta, por ejemplo, con que se produzcan unas cuantas condiciones, como las que convirtieron al reactor número 4 de la central nuclear Vladímir Ilich Lenin en un arma mortal de proporciones terroríficas.
Quien mejor ha descrito el infierno de Chernóbil, porque ha devuelto el habla a las víctimas, ha sido Svetlana Alexiévich, la periodista bielorrusa ganadora del Premio Nobel de Literatura, quien decidió abordar el tema buscando un ángulo que estaba prácticamente ausente en la numerosa bibliografía que la tragedia generó: la experiencia directa del dolor, la voz de los enmudecidos por el terror.
"Escribo y recojo —dice la autora— la cotidianidad de los sentimientos, los pensamientos y las palabras. Intento captar la vida cotidiana del alma. La vida de lo ordinario en unas gentes corrientes".
En su búsqueda, Alexiévich ha abierto espacio a un tipo de realismo demasiado inquietante porque atiende, como ella sabe, el misterio del terror:
"...Chernóbil es, ante todo, una catástrofe del tiempo. Los radionúclidos diseminados por nuestra Tierra vivirán cincuenta, cien, doscientos mil años. Y más. Desde el punto de vista de la vida humana, son eternos. Entonces, ¿qué somos capaces de entender? ¿Está dentro de nuestras capacidades alcanzar y reconocer un sentido en este horror del que seguimos ignorándolo casi todo? [...] Chernóbil es un enigma que aún debemos descifrar. Un signo que no sabemos leer. Tal vez el enigma del siglo XXI...".
Con todo y que es un enigma, Voces de Chernóbil (Debate, 2015) es una obra cuya solvencia para describir este horror llega a rozar lo insoportable. Es un recorrido dantesco por lo que ahí sucedió, apelando al testimonio y la memoria de los sobrevivientes y sus deudos.
En apariencia, Alexiévich lo consigue muy fácilmente: sigue fielmente el relato de sus entrevistados; pero frente a un horror como el de Chernóbil cabe preguntarse con más detalle por su método periodístico o literario. Con ello, si me permite el amable lector, quisiera concluir estas anotaciones sobre Chernóbil el próximo sábado.