José Manuel Caballero Bonald asegura que a sus 90 años ya no le interesa mucho la novela, que dejó de escribirla en 1992. Manifiesta que la poesía es el género más perfecto: es lo más sublime de la creación literaria. No obstante, y para que no perdamos la gran calidad del género de un autor brillante, la editorial Navona acaba de reeditar Toda la noche oyeron pasar pájaros, con la que ganó en 1981 el Premio Ateneo de Novela. Se trata de la edición de Seix Barral de 2006, ahora prologada por Juan Cruz.
Recuerdo que leí con pasión Campo de Agramante, que data precisamente de 1992, año de su despedida narrativa. Pero la novela que me dejó una huella indeleble es Ágata ojo de gato, que trata sobre el Coto Doñana, uno de los lugares más bellos del Sur de España y que Caballero Bonald lo describe de la manera más radiante y deliciosa. Toda la noche…también es de obligada e imprescindible lectura. Se centra en la Transición española y narra la historia de una familia inglesa ligada a los negocios marítimos. Se desarrolla un mosaico de relaciones donde el vértigo enfermizo de la memoria se funde con las incoherencias de la historia española actual. El libro retrata una sociedad recién salida de una dictadura en la que predomina el silencio y el temor a las patrullas que persiguen a todas aquellas personas que difieren del pensamiento único. Para el escritor, se trata de una “sociedad endogámica, medio meapilas medio libertina”, que ya no existe. “Mi novela tiene ya mucho de imagen deformante de un tiempo cancelado, un fin de ciclo”, ha aseverado.
De Caballero Bonald admiré siempre su dominio narrativo, emparentable con algunos escritores del boom latinoamericano, que tanto éxito tuvo en el pasado y que nos descubrió a autores de la talla de García Márquez, Carlos Fuentes, Alejo Carpentier, Cortázar, Rulfo, Borges, Sábato, Onetti o Vargas Llosa, entre otros. Para nosotros, los jóvenes de entonces, era, cuando publicaba novelas, lo más parecido a aquellos seres únicos de la narrativa, pues domina el lenguaje de una manera inigualable y tiene la capacidad de conmovernos, de crear Macondos como el Nobel colombiano, pero en Doñana, muy cerca de la tierra que lo vio nacer. Él es de Sanlúcar de Barrameda, le gusta la manzanilla y el langostino, está apegado a sus noventa años y sigue en la brecha creadora como el primer día, fiel a su estilo, en su pulso eterno con la palabra precisa, redonda, perfecta.