Me tocó enfrentar dos de las peores tragedias que ha vivido Guerrero, primero el huracán Paulina y luego Ingrid y Manuel, huracanes que nos dejaron marcados para siempre.
Era el 8 de octubre de 1997, una tarde apacible en las instalaciones de la región militar, me encontraba con uno de los miembros del Ejército más solidarios que he conocido, el general Luis Humberto López Portillo, comandante de esa demarcación militar. La bahía más hermosa del mundo lucía con una belleza inigualable. A las 6 pm nos despedimos y me trasladé a Chilpancingo.
A las 5:30 horas sonó el teléfono entrecortado, se trataba del general para informarme que había entrado con mucha fuerza el huracán Paulina en Acapulco.
A las 6 a.m. del 9 de octubre me dispuse a trasladarme a Acapulco, no había condiciones para hacerlo ni en avión ni en helicóptero, decidí hacerlo por tierra y después de una larga odisea llegué a la zona devastada a las 11 horas. Acapulco había sufrido una torrencial precipitación récord de 411.2 mm acumulados en menos de 24 horas, dejando más de 200 muertos derivado de inundaciones, crecientes de arroyos y ríos y una gran cantidad de deslaves.
No obstante haber emitido las alertas correspondientes, quienes se encontraban en zonas de alto riesgo se empecinaron en no dejar sus hogares y las consecuencias fueron fatales.
Paulina y Otis fueron muy diferentes, el primero fue agua y el segundo fue viento.
Debo reconocer la solidaridad del presidente Ernesto Zedillo, quien al enterarse de los sucesos suspendió su gira por Europa y se trasladó de inmediato a Acapulco para ponerse al frente de la reconstrucción.
Bajo el lema "Acapulco está de pie", nuestro centro turístico por excelencia alcanzó nuevamente una ocupación récord gracias al esfuerzo conjunto que sociedad y gobierno, instituciones civiles y privadas hicimos para volver a levantarlo.
Lo primero que hice fue visitar a los afectados, supervisar los albergues, llevarles todos los apoyos que teníamos a nuestro alcance, darles una palabra de aliento, abrazarlos, compartir su dolor, que es en mi opinión la primera tarea de un gobernante desprendido de cualquier actitud demagógica.
Tengo la impresión de que hoy no se ha dimensionado el tamaño del desastre del huracán Otis, esto apenas comienza y la cuantificación de los daños son apenas preliminares.
Hoy se habla de la disponibilidad de 18 mil millones de pesos para enfrentar el meteoro, cifra que resultará totalmente insuficiente.
Cuando el huracán Paulina, el presidente Zedillo nos visitó un sinnúmero de veces; cuando nos avasallaron Ingrid y Manuel, lo propio hizo Enrique Peña Nieto, a quien siempre le guardaremos una deuda de gratitud los guerrerenses.
Si usted, presidente Andrés Manuel López Obrador, no se pone al frente de la reconstrucción, se lo digo con todo respeto, las cosas no van a caminar, Guerrero hoy lo necesita más que nunca. Usted muchas veces me compartió el amor que le profesa a nuestro estado y es la mejor oportunidad para que lo haga valer.
Del anecdotario
Ese día llegó el presidente Zedillo a Acapulco y con su estilo muy peculiar para exhibirnos, en las colonias afectadas preguntaba: ¿Y aquí ya los visitó el gobernador?
Y pues no le gustaba que la gente le contestaba, síííí y empezaban a corear : ¡Aguirre, Aguirre!
Hasta que un día hablé con él y le dije: Mire, Presidente si usted cree que no estoy a la altura, mañana renuncio, sorprendido de mi reacción, dijo: De ninguna manera, de ésta vamos a salir juntos y desde ahí las cosas cambiaron.... la política es así.