Política

Ideología soluble y con azúcar

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Es tan latinoamericano el asunto que hasta sonroja, y no de pudor sino de rojo, el de la izquierda camarada que siempre encontró en la cocina una trinchera. Política de alacena. No esperar al mitin ni al resultado de las urnas, sino meterse hasta la cocina y sentarse con los electores a la hora del desayuno o la merienda. Que te recuerden mientras comen. El sueño de cualquier ideólogo: no tener que escribir un manifiesto, esperar tan solo a que la leche que está en la lumbre hierva, servirla en la mesa y acompañarla con una concha, una mantecada o un cuerno. Sopear en el cafecito del Bienestar.

La idea no es nuestra. Egipto lo hace desde hace años con el pan y la India con el arroz. Sin embargo, el sabor latinoamericano es singular. En Cuba la leche diaria para los niños fue un símbolo; hoy ya casi no llega ni en polvo y, como dicen las abuelas, “hay cuando hay”. Pero no hay de otra, las pobres vacas cubanas dan diez veces menos ordeña que una vaca normal. Y, por supuesto, los más célebres: los Mercales venezolanos. Chávez los inventó en 2003 para demostrar que las batallas revolucionarias se pueden dar con armas, con discursos y también con muslos de pollo. Que la ideología no tiene que entrar por los libros, aunque un libro de texto de primaria siempre es una apetitosa entrada. La ideología puede ser soluble, disolverse con agua o con leche y hasta azucararla para ocultar lo amargo y lograr que pase sin ninguna resistencia.

Los Mercales y Mercalitos de Chávez eran tiendas muy austeras con anaqueles de fierro y malla de gallinero en donde se vendían productos subsidiados que el gobierno sacaba cada semana. Algo así es a lo que aspiran ser nuestras tiendas del Bienestar.

Café soluble del Bienestar, así lo presentó nuestra Presidenta la semana pasada, sumándolo al chocolate, a la miel o a lo que venga del Bienestar. Y agregó en tono irónico para incomodar a la oposición: “para que se sigan retorciendo”. Y tiene razón, les supo a un sorbo de Drano endulzado. Clientelar, dicen. Populismo de despensa. Es verdad, pero también lo es que con ello el oficialismo sigue ganando poder simbólico mientras compra a precio justo productos de comunidades indígenas, apoya su economía y los vende a precio significativamente más bajo que el del mercado. Así, los comprados no solo reciben ayuda, sienten que ayudan, con lo que se refuerza un contrato emocional entre Estado y  pueblo.

¿Sostenible? Difícilmente. Venezuela mostró los riesgos: subsidios insostenibles, cadenas rotas, clientelismo descarado, corrupción y desabasto. México todavía no está ahí, por lo pronto estamos en un amor estatal lleno de miel, que se puede echar por encima de un hot cake.

Es cierto que en las economías desarrolladas también existen planes de apoyo a través de alimentos: estampillas, vales, cartillas de descuento. La diferencia es que allá no llevan branding: aquí todo lleva el color de Morena y la marca Bienestar. Propaganda que pasa por el tracto digestivo.

Chávez llegó más lejos, imprimía en las bolsas de arroz y azúcar comics con la “gesta chavista”, ataques a la oposición y promoción de sus programas.  ¿Llegaremos en México tan lejos? Ojalá y no, porque en Venezuela estamos viendo que el tracto digestivo empieza en la boca, pero tiene un final.



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Ana María Olabuenaga
  • Ana María Olabuenaga
  • Maestra en Comunicación con Mención Honorífica por la Universidad Iberoamericana y cuenta con estudios en Letras e Historia Política de México por el ITAM. Autora del libro “Linchamientos Digitales”. Actualmente cursa el Doctorado en la Universidad Iberoamericana con un seguimiento a su investigación de Maestría. / Escribe todos los lunes su columna Bala de terciopelo
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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