Mucho se dirá sobre esta cuarentena global en el futuro y ojalá sea un parteaguas. Hemos vivido en el autoengaño demasiado tiempo, priorizando lo urgente sobre lo importante y por fortuna este virus nos está enseñando que nuestra especie es prescindible.
De hecho, el planeta está más sano sin nosotros, nada más recordar a los pavorreales y jabalíes paseándose por calles españolas. Si queremos seguir el sendero de nuestra evolución como especie, tenemos que cambiar, porque la alternativa es cavar nuestra tumba.
Christiana Figueres, arquitecta principal del Acuerdo de París, ha advertido que nos quedan tan solo 10 años para frenar el avance del cambio climático hacia un punto sin retorno. A partir de allí, las condiciones serán cada vez más extremas –tornados, inundaciones, huracanes– y la vida cotidiana se volverá insostenible para muchas comunidades.
Ella nos exhorta a actuar ahora y recalca que todavía es posible evitar los peores escenarios. Lo que sí hay que entender, sin embargo, es que la amenaza ya está encima; lo que se decida hoy impactará a nuestros hijos, no a nuestros bisnietos.
Aterrizando este tema a la realidad mexicana, ¿cómo podemos vivir en mayor sintonía con nuestro planeta? El llamado cochismo es algo que deberíamos dejar atrás y para lograrlo necesitamos más y mejores opciones de transporte público. En Ciudad de México, por ejemplo, el Metro está sobresaturado, no tiene suficiente alcance y es peligroso para todos, mujeres y hombres.
Pensemos en soluciones creativas: opciones de microtransporte en vehículos eléctricos o monopatines en zonas comerciales como el Centro, más carriles de bicicletas, trabajo en casa por lo menos un día a la semana, etcétera. También es clave una policía capacitada para proteger y servir a los ciudadanos cuando enfrentan inseguridad en la calle.
Todo esto requiere de políticas públicas bien construidas y ejecutadas. Vivimos en una democracia donde podemos exigir a nuestros gobernantes mayores avances en aportarnos bienes públicos de valor.
También deberíamos dejar ir nuestra obsesión con el petróleo. Si fuera el sendero al éxito económico, ya estaríamos en la gloria. El petróleo contamina nuestras aguas y nuestro aire y está haciendo un mal irreparable al medioambiente. Tanto las emisiones de carbono como las de metano ponen en riesgo las condiciones necesarias para la vida de los seres humanos en este planeta, tan sencillo y dramático como eso.
El petróleo es un producto finito, no como el viento y el sol, y México debería contar con un plan serio para desarrollar mayor infraestructura de energía renovable. En el norte de nuestro país se encuentra una de las zonas más propicias del mundo para la captación de energía solar, una fuerza potente que no cobra uso de suelo.
En el sur hay una fuerza invisible y poderosa que también nos aporta energía: el viento. Gracias a las nuevas tecnologías, la energía renovable es competitiva en precio con el petróleo y será una fuente de competitividad económica en el futuro.
Esta pandemia nos ofrece una oportunidad para reflexionar. El cambio climático es la amenaza más importante que enfrentamos y tenemos soluciones a la mano. Deberíamos optar por un camino que no mira hacia atrás con nostalgia, sino que sienta las bases de una vida sustentable y viable, tanto para nosotros como para las futuras generaciones.
*Politóloga y economista, miembro de Comexi.
Twitter: @chilangagringa