Hablemos de los libros de texto gratuitos y de la educación pública en este país.
Nací en Monterrey en 1968. Yo no sé si por razones geográficas o culturales, pero mi padre y sus amigos odiaban a los comunistas.
Cuando alguien le caía mal a mi papá, lo llamaba comunista. Era como gritarle puto a un homosexual. Lo peor de lo peor. No se podía caer más bajo.
Y me alimentaron con la idea de que los comunistas eran delincuentes, asesinos, de que adoraban al diablo. Muy raro. Juro que es verdad.
El punto está en que cuando entré a la primaria, me tocó la reforma educativa del gobierno de Luis Echeverría. Hubo un cambio en los libros de texto gratuitos.
A mí no me tocaron los legendarios libros con “La patria” en la portada sino otros que todo el mundo, comenzando por mis maestros, atacaban ferozmente.
¿Por qué? Porque ya no nos iban a enseñar a escribir con letra manuscrita, porque estaban muy mal en matemáticas, porque hablaban de cosas inmorales como la menstruación y porque, además, estaban llenos de errores.
¿Sabe usted lo que es para un niño ir a una escuela a recibir una educación que todo el mundo critica? Es horrible, un viaje al fracaso, a la depresión.
Decían, por ejemplo, que como nos estaban enseñando a escribir con letra de molde, algo malo iba a pasar en nuestro cerebro y que cuando creciéramos no íbamos a poder pensar bien. Yo tenía miedo.
En mi primaria, que era pública, obligaban a mis padres a comprar materiales por fuera que, como costaban, sí nos iban a enseñar lo que no venía en los libros de texto gratuitos.
Y yo me robaba los libros viejos de mis primas, los de “La patria”, para aprender las cosas que ya no me estaban enseñando sobre historia y los quebrados.
Para no hacerle el cuento largo, mi entorno inyectó en mí la idea de que como yo me estaba educando en escuelas públicas, iba directo a la perdición y que a los únicos que les iba a ir bien en la vida era a los que estudiaban en escuelas privadas.
Pero espérese, se puso peor: cuando iba a entrar a la secundaria me enteré de que en Nuevo León, en aquel entonces, había secundarias públicas federales y secundarias públicas estatales.
Las federales eran comunistas, a los chavos los “convertían” en porros y les enseñaban puras cosas “inútiles” como a tocar la flauta.
¡Y que me toca una secundaria federal! Quién sabe cómo le hicieron mis padres pero me cambiaron a una secundaria estatal donde sí nos enseñaban cosas “buenas”.
A las mujeres les daban clases de cocina y a los hombres, de electricidad. Estuvimos todo el segundo año sin maestro de matemáticas, pero nos dieron muy buenas clases de… ¡taquigrafía!
No y ni hablemos de temas de sexo o de adicciones porque entonces sí nos ponemos a llorar.
A una pobre maestra que se atrevió a prevenirnos sobre el efecto de las drogas en una clase de segundo año la corrieron inmediatamente. Jamás la volvimos a ver.
¿Por qué le estoy contando esto? Porque yo, como usted, llevo semanas escuchando horrores sobre el comunismo, los libros de texto gratuitos y la educación pública en este país, y me río.
¿A quién le quieren ver la cara? Es como un chiste que se cuenta solo. ¡Ya me la sé!
Ningún libro de texto gratuito le embona a ningún padre de familia. Ninguna educación pública le embona a ninguna sociedad.
Ah, pero eso sí. Nadie cuestiona los libros privados, ni siquiera los de religión. Nadie se queja de la educación privada, aunque pase lo que pase.
Todavía recuerdo entre carcajadas las juntas de padres de familia que me tocaron cuando mi hijo era pequeño donde unas mamás estaban alarmadísimas porque sus hijos, que todavía no podían hablar bien el español, iban, según ellas, muy mal porque no hablaban inglés como los niños de las películas gringas.
En esto, como en todo lo que tiene que ver con nuestros hijos, hay que involucrarse.
Si los libros tienen errores, quienes nos dedicamos a la comunicación sabemos que existen técnicas para corregirlos. No tiene por qué haber mayor escándalo.
Y, como siempre, quien quiera comprar materiales extra por fuera lo hará, quien quiera evitar contenidos los evitará y quien se quiera convertir en comunista se convertirá.
Lo que no se vale es hablar de esto como si los niños no oyeran, inculcarles la idea de que los estamos condenando a la desgracia y menos cuando, por primera vez en la historia, tenemos un gobierno que está dando la cara todos los días explicándole al pueblo el porqué de cada cosa grado por grado.
He tenido el cuidado de mirar las conferencias vespertinas sobre educación pública y libros de texto, y no quepo en mí de la satisfacción.
Me parece un avance increíble, por mencionar sólo una cosa, que desde primer año se le enseñe a las niñas y a los niños a protegerse del acoso, de la violencia de género y de los delitos sexuales.
¿Por qué nadie habla de esto? Ah, sí. Es que estábamos “mejor” antes, cuando nos enseñaban a escribir con letra manuscrita, cuando a las niñas las ponían a bordar y a los niños nos sacaban al patio porque no sabían qué hacer con nosotros. ¡Felicidades!