Qué cosa tan más fantástica, la séptima temporada de Me caigo de risa que se estrenó el lunes pasado, a las 20:00, en Canal 5.
Le explico: tengo muchos, muchísimos años mirando y escribiendo de esta gran propuesta de Televisa, pero, ojo, son siete temporadas, ya era como para que el formato se desgastara, como para que la gente se comenzara a aburrir.
Y con esa mentalidad sintonicé mi televisor la noche del 1 de febrero.
Dije: esto ya no debe dar para más, ya se va a comenzar a sentir el peso de la rutina, se va a desinflar.
Además, ha habido cambios en el reparto. Para no hacerle el cuento largo, yo iba dispuesto a matar.
Pues más me tardé en comenzar a ver aquello, con Albertano de invitado, que Me caigo de la risa en darme una lección de todo: de talento, de inteligencia, de simpatía, de agilidad mental, de dinamismo, de trabajo en equipo, de improvisación, de producción.
¡Son fantásticos! Y lo digo así, en plural, porque no sólo se trata del increíble trabajo de conducción de Faisy o de la sensacional participación de “la familia disfuncional”.
No, aquí hay una monumental creación en equipo que comienza en las altas esferas, a nivel ejecutivo, y que remata en las grabaciones en ese estudio prodigioso que siempre nos está sorprendiendo.
Por si esto no fuera suficiente, es una nueva temporada en tiempos de covid-19, con todas las aventuras que usted ya conoce gracias a la prensa del corazón, y con toda la responsabilidad que esto implica.
No sé si a usted le pasó lo mismo cuando miró cómo le depilaban la axila a Armando Hernández, cómo mojaban a Michelle Rodríguez, cómo bailaba El Guana o cómo se le rompía el pantalón a Mariazel, pero yo, me reí.
¿A qué viene al caso esto que le estoy diciendo? Que precisamente por culpa de la pandemia, tenía siglos de no reírme, de no reírme bien, de no sentir en mi cuerpo la sensación de una carcajada.
Me caigo de risa me devolvió la risa. ¡Gracias! ¡Gracias de todo corazón! ¡Lo necesitaba!
¿Cuál es la nota? Que volvió el mejor programa cómico de toda la televisión mexicana, que, a más de seis temporadas de distancia, el concepto no sólo se ha sostenido, ha crecido.
Y que justo ahora que millones de mexicanos estamos asustados, enojados y deprimidos, este lanzamiento se convierte en algo más, en una especie de terapia colectiva, de válvula de escape, de remedio social.
Para que aprecie la real dimensión de lo que le estoy diciendo, contésteme esta pregunta: ¿cuántos programas de televisión conoce usted, de televisión abierta privada nacional, que nos estén dando tanto como el de estos maravillosos actores? ¿Cuántos?
Además, qué programazo: más allá de los protocolos sanitarios, que son muy obvios a cuadro, póngase a pensar, por un momento.
¿En qué? En lo que implica construir este espectáculo gigantesco donde los elementos escenográficos y de vestuario entran y salen, donde la dirección de escena debe ser una auténtica locura y donde las cámaras se colocan en posiciones insólitas.
Es un gran show, un orgullo para toda la industria de la televisión mexicana.
Luche por ver ya la séptima temporada de este joven clásico de Canal 5 de lunes a jueves a las 20:00 y si es fan, como yo, busque ya la sexta temporada en Blim. Le va a encantar. De veras que sí.