Seré breve: “House of the Dragon” es lo mejor que he visto en mi vida. Por nada del mundo se vaya a perder su estreno este domingo 21 de agosto en HBO Max.
¿Sabes usted lo que significa para alguien como yo decirle lo que le estoy diciendo? Tengo más de 35 años dedicándome a la crítica profesional de televisión.
He visto todos los contenidos que usted se pueda imaginar. ¡Todos! ¿Y sabe lo que me pasó cuando terminé de ver esta producción original de HBO?
Me puse a llorar como quien llora de emoción cuando está frente a una obra de arte. Me puse a llorar extasiado ante toda esa belleza.
Jamás imaginé que algo así me pudiera pasar. ¡La televisión ha tocado el cielo! Y mire que veníamos de “Game of Thrones”, la serie de series, la mejor serie de todos los tiempos.
Como usted sabe, “House of the Dragon” es una precuela de aquella superproducción que cambió la historia del entretenimiento mundial.
Yo, como millones de fanáticos en los cinco continentes, llegué con miedo, con dudas.
En menos de tres minutos estos genios de la creación de contenidos me tenían cautivado porque me dieron lo mejor de lo que yo ya conocía y me ofrecieron algo completamente nuevo, superior, sin traicionar la esencia de la saga.
No le voy a vender trama para no arruinarle la experiencia, pero le juro que esto confirma la verdadera vocación de HBO, la de ir a la cabeza, la de transformarlo todo.
Que a nadie se le olvide que HBO fue la marca que inventó la televisión premium, que cuando nadie creía que la televisión pudiera igualar al cine sus ejecutivos nos dieron cine, literatura y más.
Las cosas vuelven a su destino y hoy, cuando los estándares de calidad se han vuelto tan altos, HBO los ha vuelto a subir.
Pasarán muchos años antes de que alguien se acerque al nivel de este texto, al nivel de este reparto, al nivel de estos valores de producción.
“House of the Dragon” le da continuidad a la nueva moralidad que “Game of Thrones” puso sobre la mesa sólo que ahora dirigida hacia la intimidad de una sola familia y al ritmo del “streaming”.
Ver aquello es como ver “El padrino”, pero en turbo. El cerebro explota ante toda esa maldad, ante toda esa violencia, ante todo ese erotismo y ante todo ese poder.
Si usted pensaba que después de las escenas de “Game of Thrones” ya lo había visto todo, “House of the Dragon” le va a decir: quítese que ya llegué.
Todo es increíblemente perfecto en términos estructurales y lo que más lo va a sorprender será que verá toda esta fuerza aplicada lo mismo a elementos muy sencillos, realmente personales, que a cuestiones muy épicas, sociales.
Celebro la decisión de los responsables de esta serie de combinar la presencia de grandes luminarias como Matt Smith (“Doctor Who”) con lanzamientos estelares que pasarán a la posteridad como el de Emma D’Arcy (Rhaenyra Targaryen).
Es una mezcla de certeza con credibilidad, con involucramiento emocional. Es lo máximo como todo lo que tiene que ver aquí con dirección, fotografía, efectos especiales, vestuario, iluminación, caracterización, edición y musicalización.
Le suplico que después de ver esto, lo vuelva a ver deteniéndose en los detalles. No va a dar crédito de la minuciosidad de cada rayo de luz, de cada botón de la ropa, de cada acorde.
Y a propósito de acordes, no se pierda los créditos finales porque hay una sorpresa para quienes amamos esta obra maestra del escritor George R. R. Martin.
Podría estar aquí horas y horas escribíendole y hablándole de esto, pero no.
Seré breve: “House of the Dragon” es lo mejor que he visto en mi vida. Por nada del mundo se vaya a perder su estreno este domingo 21 de agosto en HBO Max.
Álvaro Cueva