Llega el momento en la cuarentena donde nos ponemos a pensar en lo que vendrá, en cuánto más durará el encierro, en cómo será el día a día cuando salgamos, cómo le haremos para regresar a la forma de vida que conocíamos como normal, eso ¿realmente podremos regresar a esa vida?, ¿cómo se termina esta emergencia?
Y queremos ser optimistas, amigo lector, pero después de que nos enteramos que en Corea del Sur hay cerca de cien personas que se volvieron a contagiar de covid-19 (o que se reactivó), ya debemos pensar en que la victoria contra el virus no llegará hasta el día que tengamos una vacuna y se reparta en todo el mundo.
El sábado leía en El País una columna de Bill Gates, el fundador de Microsoft y copresidente de la Fundación Bill & Melinda Gates, donde habla de su preocupación por la forma nacionalista en que los países han enfrentado la pandemia, en lugar de hacer un frente global.
Su fundación “junto con Wellcome Trust y varios gobiernos puso en marcha la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI). El objetivo era acelerar el proceso de prueba de vacunas y financiar maneras nuevas y rápidas de desarrollar inmunizaciones”.
Para Gates, que toma como algo personal conseguir la cura, está claro que su equipo de científicos no tendrá una vacuna antes de 18 meses, a pesar de que tiene 8 proyectos con rutas diferentes para encontrar la vacuna.
Y asegura que el mundo debe invertir 9 mil 400 millones de dólares para conseguir la vacuna y producirla industrialmente.
Estas estimaciones de tiempo y dinero, estimado lector, nos dejan claro que el estado de alerta estará presente mucho tiempo y la vida como la recordamos tal vez no regresará tan pronto ni tan igual.
En todo el mundo se habla mucho de cómo podría ser la nueva vida y de cómo tendremos que cambiar el estilo capitalista de globalización con muchos traslados, tránsito y turismo global, porque es el caldo perfecto para cualquier virus, presente y futuro.
Patricia Daimiel, directora de Nielsen en España y Portugal, nos resigna recordándonos que desde hace años se acuña y se generaliza el término Cocooning, que “es la tendencia a estar más tiempo en casa, socializar menos fuera y hacer de tu hogar tu fortaleza”.
Y sobre la economía que viene, ni hablar, deberá tener muchos cambios para detener los vicios de las grandes ciudades y mantener, en lo posible, trabajando a la gente en su casa; como dice Fernando Savater, nada más la educación y el amor necesitan ser de cuerpo presente…
Y aunque todo esto parece apocalíptico y terrible, hay una luz, un bono extra para el esfuerzo de encierro mundial: la emergencia climática disminuyó.
Celebremos: el claustro ha sido un respiro para la atmósfera.
Más allá de que la fauna se ha recuperado un poco y de que las aguas son más cristalinas en todas partes, el aire es más puro cuando no salimos tanto, cuando no abusamos.
En China, donde la contaminación es causa de más de mil 600 millones de muertes prematuras, el confinamiento, según calcula el científico de la Universidad de Stanford, Marshall Burke, ha salvado al menos la vida de mil 400 niños menores de 5 años y 51 mil 700 adultos de más de 70 años. Más que los que murieron por covid-19. Nada mal.
La contingencia del virus nos hizo cambiar en un par de días nuestra forma de trabajar y nuestros hábitos, la existencia misma pues.
¿No sería una buena idea seguir el camino, para detener el cambio climático?
Si la forma de vida no se recupera del todo, si al final queda más trabajo en casa, si se facilita tener menos traslados y si además le ponemos ganas… ¿no sería el pretexto perfecto para combatir el virus (y los virus por venir), además del cambio climático?
Tenemos una oportunidad de oro frente a nosotros: iniciar una nueva forma de organizar el trabajo y la comunidad, con una visión sustentable, saludable y económica… o usted, ¿qué opina?