El descubrimiento del primer cuerpo en el tianguis fue el inicio de la pesadilla y su posterior desaparición generó todo tipo de especulaciones y teorías. Hubo quien incluso se atrevió a decir que podría tratarse de una especie de vampiresco ataque o de un secuestro alienígena, especulaciones que en inicio arrancaron carcajadas y que después, ante la falta de respuestas, generaron una marejada de terror entre los habitantes.
Hechos similares ocurrieron en las noches subsecuentes, aunque con algunas ligeras diferencias cuando en lugar de cadáveres hallaron ausencias.
Las personas empezaron a desaparecer y la gente tuvo miedo de salir de casa por las noches, el horario preferido para lo que sea que estaba derrumbando el mito de la ciudad segura y el “tenemos todo bajo control”. Incluso policías, personal médico y transportistas, todos podían ser víctimas.
A días de iniciado el fenómeno, la vida nocturna se había convertido en una especie de mito y los únicos con el arrojo, el valor o la disposición para recorrer las calles, siempre en grupos de al menos cinco, eran elementos de seguridad y protección civil.
Al principio lo hacían para descubrir qué o quién estaba tras los hechos, después lo hicieron para auxiliar a personas sin hogar y trasladarlas a sitios seguros, como la estación policial o alguna clínica, pero pronto estos lugares se vieron rebasados y hubo necesidad de habilitar albergues.
Las autoridades se decidieron por la escuela y no por la iglesia para organizar el refugio principal en la ciudad porque es la única de las grandes edificaciones en la urbe completamente rodeada por un enorme muro de concreto y tabique, además de una alambrada electrificada colocada inicialmente para evitar los robos y proteger los equipos en los laboratorios del plantel, lo cual es una gran ventaja si la pretensión es resguardar a quienes hagan uso de las instalaciones.
También organizaron albergues más pequeños, cuatro para ser exactos, en otros puntos de la ciudad y con apenas capacidad para una veintena de personas, además del personal operativo compuesto por no más de cuatro civiles y dos guardias en cada uno de ellos. La biblioteca municipal, la iglesia central, la plaza de toros ubicada al salir de la ciudad y las instalaciones del viejo autocine son estructuras mucho más pequeñas en comparación con la escuela, pero bastante funcionales y estratégicamente ubicadas.
Quienes acuden a alguno de esos cuatro puntos a pasar la noche para resguardarse cuentan con merienda y desayuno, baños con regaderas, camastros y cobijas, incluso hay áreas exclusivas para las actividades lúdicas de los más pequeños. A cambio de estos beneficios, los usuarios tienen la obligación de apoyar en la limpieza del lugar, en la preparación de los alimentos, auxiliar a otras personas y, en el caso de los más avispados, a participar en alguno de los tres horarios nocturnos como vigías.
Estos sitios, se ha dicho, se organizaron primero para protección de personas sin hogar, pero de a poco empezaron a llegar a ellos sujetos solitarios, viudas, mujeres abandonadas con hijos… algunos por miedo y otros por la imperiosa necesidad de estar en compañía de alguien al caer la oscuridad, apenas empezaba a morir la tarde y se dirigían apresuradamente a alguno de esos lugares.
Pocos se limitaban a llegar y esperar. La mayoría optó por involucrarse en las actividades diarias, así que sin problema se les podía ver en el área de alimentos lavando, limpiando o sirviendo; otros se sumaban a las tareas de vigilancia apenas llegaban y algunos más apoyaban como auxiliares académicos, niñeras, enfermeros y confesores.
En ese tipo de sitios siempre hay algo por hacer o alguien a quien ayudar, sin importar la hora, porque al llegar la mañana y luego de servir los desayunos a las 150 personas que por el momento ahí pernoctan para irse luego con la llegada del día, hay que preparar y limpiar todo para esta tarde noche, porque van a volver.
De esa primera situación se encargan dos o tres personas, el resto debe salir a recorrer todo tipo de comercios para obtener donaciones de alimentos, agua y medicinas o, en el peor de los casos, comprarlas con el poco dinero que aun circula y llega a sus manos.
La situación es tan apremiante que nadie niega la ayuda, tarde o temprano irán a dormir ahí…