Obligado por un virus respiratorio no tuve más remedio que bajar al mínimo mi ritmo de actividades durante el fin de semana más cercano, y entre lecturas de libros y siestas reparadoras, de madrugada me encontré una miniserie en una plataforma de streaming que quizá la mayoría de ustedes ya vio: Vinagre de Manzana.
Basada en el libro La mujer que engañó al mundo, novela la vida de Bell Gibson, quien se convirtió en una especie de gurú del bienestar por asegurar que gracias a su estilo de vida saludable logró vencer un cáncer terminal de cerebro, a pesar de que los médicos no le daban más de cuatro meses más de vida.
Independientemente de la necesidad de contar la historia con muchos elementos ficcionados, que a mi gusto vuelven a la miniserie muy sosa en muchos momentos; pero bueno no soy ni pretendo ser crítico de televisión, lo cierto es que aborda tres temas vitales de la narrativa actual sin al menos hacerle un guiño necesario a la moral. Se trata del discurso de la víctima, las teorías de conspiración y el derecho a morir. Y si yo los abordo aquí es porque necesariamente estamos hablando de tres componentes que son eminentemente psicológicos.
De hecho, ya en un escrito anterior había tratado el tema de la víctima y su manifestación cultural el victimismo, de la mano del pensador Daniele Giglioli, quien en su extraordinario libro Crítica de la víctima nos obliga a ver que “la víctima es el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad…”, eso lo logra manejar muy bien Gibson, quien pasa de ser una oficinista y aspirante a neni online, a una líder del “cómo vivir bien”, reconocida por Apple, gracias a arroparse con la bandera de la enfermedad terminal que la acechó y a la que venció debido a una manera de vivir la vida “positivamente”.
Luego está el caso de Milla Blake, un personaje ficticio, inspirado en una joven con cáncer -este sí real- que rechaza los tratamientos médicos para tratar su afección en el brazo. Su argumento para hacerlo es que existe contubernio entre los fabricantes de comida y los médicos, para enfermar los cuerpos y luego vender una cura. Así que opta por terapias alternativas para “desintoxicar” su cuerpo y su mente, que incluye una dieta a base de jugos, enemas de café y meditación.

Las teorías de conspiración sobre la salud, desde el VIH hasta la covid se sostienen gracias a la psicosis paranoica que es más común en el humano de lo que estamos dispuestos a aceptar.
Finalmente, la historia de una, tal vez, inexistente Lucy narra el surfear de una mujer con cáncer de mama -el más común entre las mujeres- entre las terapias alternativas, los consejos de los blogueros y las quimioterapias. Muestra en sus pliegues el deseo de reclamar para si el derecho a morir, no a bien morir como hoy tanto se pregona, sino a darle al fin de sus días un significado propio, alejado de una exigencia de volver a la muerte productiva y feliz.
Las líneas narrativas son muy fuertes y nos invitan a pensar y dialogar sobre estos tópicos, igual que lo hace la miniserie, sin ningún intento de asumir una superioridad moral y condenar o criticar cualquier actuar, simplemente usando la poderosa herramienta psicológica que es la de contar y leer historias.
Ahora bien, para mí el mayor aporte lo hace Hek, un publirrelacionista adicto al alcohol, las drogas y el sexo, quien en una confesión pública revela lo que todos quisiéramos: la existencia de una pócima mágica como el vinagre de manzana, que promete purificar al cuerpo, su personaje dice: “pagaría cualquier cosa solo para sentirme un poco mejor, un bálsamo que me haga sentir un poco mejor, una forma de aliviar esta tragedia de ser humano”.
Y sí, ¿quién alivia la tragedia de ser humano?
Mientras tanto, vinagre de manzana para todos.