Me parece que el gobierno de lo “políticamente correcto”, que llegó al poder con un gran respaldo popular, rápidamente se está volviendo un sistema totalitario, que hasta parece obvio decirlo: amenaza con desaparecer la subjetividad.
Por estos días caniculares me topé con una opinión que encendió la espiral de captura de cierta red social que solía ser portavoz de la imagen. El autor, o quizá el replicador, que para el caso da igual, ambos se confunden en el difuminado del aura, decía que jamás, jamás, jamás, se le debe preguntar al otro a qué se dedica.
Su argumento, por llamarlo de alguna manera, es que esta simple, inocente, trivial, aburrida pregunta, es uno de los pilares de la bestia capitalista falocéntrica y heteropatriarcal, que hay que matar para salir así, de una vez por todas y para siempre, del laberinto en el que estamos encadenados y sin acceso al paraíso terrenal. Amén.
El insípido cuestionamiento que comparte el soporífero nivel de rompehielos del “¡qué calor (o frío) hace!”, “¿será que llueva?”, “¿viene por la novia o por el novio?” y el displicente por excelencia que retumba en las cajas de los supermercados que aun conserva humanos para cobrar: “¿encontró lo que buscaba?”, resulta ser un sostenedor disfrazado de la meritocracia.
Así es, cada que usted pregunta o le preguntan, sin importar el contexto en el que se dé el cuestionamiento: “¿a qué se dedica?” muere un hada de la liberación y se perpetua el engaño de que podremos ser felices si se trabaja en ello y para ello, conocido vulgarmente como “meritocracia”.
(Quisiera encontrar una onomatopeya para coronar mejor mi acto reflejo de exhalar y hacer vibrar mis labios cuando el agobio ya no cabe en mis dos pulmones, pero debo reconocerlo ante ustedes queridos hermanos, que mis recursos son limitados, así que me debo conformar con repetir el ¡uf!, hasta que no sea cancelado).
Si antes escribí que el “¿a qué te dedicas?” es un recurso muy trillado para iniciar una conversación o para mantenerla antes de que la mirada del otro regrese al dispositivo móvil, debo retroceder un par de pasos para reconocer que en realidad lo que debemos hacer es recuperar su dignidad.
Para los marxistas, los pilares de lo que hoy llamamos la “salud mental” son el amor y el trabajo que como vasos comunicantes deben ser cuidados para mantener en pie ese edificio que llamamos: Yo.
Preguntarle a alguien a qué se dedica es abrir la tapa de su biografía para que nos muestre cómo es que se reconoce en el andar diario de su vida. Cuáles son sus anhelos, sus fantasías, sus amores, sus pesares, sus insomnios, sus motivos para poner la cara o para esconderla. Incluso si es que su tren está en un andén que no tiene dirección ni sentido.
Pero como hoy somos cada vez más incapaces de sostener la mirada del otro, es más sencillo apostar por romper los vínculos amorosos con los otros, para no tener que darnos, para no tener que comprometernos e inscribirnos en su historia pasional.
A pesar de tener la bota de la corrección política sobre la cabeza colectiva, no deberíamos olvidar que no podemos amar sin el otro, no podemos hablar sin el otro, no podemos crecer sin el otro, no podemos vivir sin el otro. No sin el otro, aunque en esto se nos vaya la vida, vida, que habrá la pena haber vivido.
