
No sé si lo hayan notado, pero tengo una cierta compulsión a ofrecer disculpas antes de que me las pidan. A pesar de que el psicoanálisis me ha mostrado que no se puede todo, no se puede saber todo, no se puede decir todo, y de que no hay sujeto sin falla, en mí persiste la fantasía de que debería mostrarme en la consulta y también en los espacios en los que hablo o escribo de la consulta como un sujeto sin falta, sin barrar, aunque ya sé los riesgos que esto implica, no puedo dejar de disculparme a priori por faltar y por fallar.
Toda esta larga introducción que podría ser soporífera para más de uno (otra vez una disculpa velada), es porque estoy pensando en utilizar un ejemplo de lo que era una estampa común en la ruptura de las relaciones de pareja, la frase que intentaba suavizar la entrada a una etapa de duelo: “no eres tú, soy yo”.
Recuerdo que esta era una herramienta muy utilizada para evitar el caos a la hora de poner punto final a una relación, incluso apareció una película hace unos quince años bajo ese título: No eres tú, soy yo. Hoy tengo entendido que ya no se dice tanto, aunque en el fondo algunas separaciones que intentan ser amigables buscan de un modo u otro sostener este mismo argumento, aunque con otra retórica.
Creo que si ha entrado en desuso es porque la farsa del evitamiento del dolor estaba velada y hoy se nos exige sostener ideales amorosos que son imposibles de manejar, porque están precisamente muy alejados del amor. En fin, como sea que haya ocurrido este añejamiento de las palabras lo cierto es que no había mejor reconocimiento de que se había descubierto la verdad sobre la trampa amorosa: “no eres tú, soy yo”.
La frase aplica no solamente al concluir la relación o al llegar al punto en el que se pensaba que ya era insostenible porque se descubría que la persona no era suficiente para su pareja y/o que no podía sostener por más tiempo el ideal del amor en el que había caído gozosamente sin dilaciones.
Efectivamente “no eres tú soy yo”. Pero desde el inicio de la relación. A la pareja o a la presunta pareja, se le endilgan atributos fantasiosos que no tiene. El, ella, o como sea que se identifique, incluso se presenta como la persona más honesta, pero nosotros la vemos como una hoja en blanco, como un lienzo sobre el cual pintamos nuestras más preciosas y también por qué no, nuestras más funestas fantasías.
No eres tú soy yo, y mejor todavía, es mi ideal del Yo, el que te ha convertido en el ser más sublime de la humanidad, capaz de escribir los versos más hermosos sin siquiera tomar una pluma. Soy yo y mi ideal del Yo los que sin ningún rubor construimos castillos donde solo hay rocas. Y ahí obligo al otro a que viva y mantenga viva mi fantasía narcisista que hará sobrevivir a mí a mi Yo ideal.
Claro que esto no es sostenible en el largo plazo. No desde una forma neurótica de vivir, como la mayoría vivimos. Es perdurable sí, pero solo desde la psicosis en donde todo el universo conspira para que nuestro objeto de amor nunca nos falte, nunca se vaya, como en Misery de Sthepen King.
Por eso una apuesta posible por el amor verdadero sería la renuncia desde un principio al supuesto “no eres tú, soy yo” que siempre va a esperar satisfacción, y buscar el amor que no espera retorno de inversión, para que así podamos ser tu yo y mi yo, construyendo un (im) posible y por eso perdurable nosotros.