Algunos grupos de autoayuda que siguen el método de los 12 pasos -que a su vez está inspirado en la técnica psicoanalítica- suelen tener en la tribuna donde los dolientes comparten sus vivencias la leyenda: “sé honesto habla de ti”. La advertencia no es menor. Se podría pensar que pone en el lugar del acusado a quien está sufriendo y que por tanto es llevado a un juicio, y todo lo que diga en su proceso catártico podrá y seguramente será usado en su contra.
Por eso detractores de la psicoterapia y en concreto del psicoanálisis como Michael Foucault llegaron a considerar que este método analítico no sería otra cosa que un modelo reversionado de la confesión católica, en donde la persona sufre porque comete pecados que van en contra no solo de Dios sino, y principalmente, de la Iglesia. Por eso la única vía para aliviar su sufrimiento es decirle a otro -el sacerdote- cuáles han sido sus malas acciones. Foucault quizá olvida que el sistema de autodenuncia revestido de deseo de salvación del alma se ideó para que la iglesia contara con una red de soplones que le ayudaran a ganar las guerras y expandir su poder, porque en la confesión no solo se escuchaban pecados veniales, también había denuncias de colaboración con los infieles (musulmanes) o con los bandos político-religiosos contrarios.
Sé honesto habla de ti, podríamos decir pone a la víctima en el lugar del victimario. Una idea que no va acorde con la narración de nuestra época. La víctima lo es en estado puro incluso se salva del pecado original. No es ella sino su circunstancia. ¿Y quién es la víctima? Bajo esta premisa, podríamos decir que todos. Lo es el ladrón, el narcotraficante, el secuestrador, el asesino, porque no tuvieron oportunidades en esta sociedad para procurarse un modo honesto de vivir. Es una víctima el que evade impuestos, el que soborna, el que abandona la escuela, porque el sistema le orilla a tomar esta decisión.

En la clínica no es poco frecuente escuchar el reclamo de los pacientes quienes consideran que su situación actual es producto de las personas con las que se rodean, las que están en su entorno familiar, laboral y/o social. Están deprimidas porque sus parejas no les dan lo que necesitan, están angustiadas porque en su trabajo no reconocen todo el potencial y sus capacidades, están agotados porque sus amigos les roban la energía cuando no andan vibrando en la misma sintonía. Unas veces la pareja no quiere hacer equipo con ellos, otras el jefe promueve a alguien con menos capacidades o estudios, otras los amigos no quieren viajar con ellos para vivir nuevas experiencias.
Como escribe Daniele Giglioli: “La víctima es el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable.” Por eso es seductor instalarse en el lugar de la víctima. Porque ante todo ofrece poder. Un poder casi inmaculado.
Embriagados de la potencia de la víctima, no alcanzamos a ver que colocarnos en ese discurso nos está robando la valiosa oportunidad del sé honesto habla de ti. Más que un juicio y una sentencia la frase abre la posibilidad de hacernos responsables de nuestra propia subjetividad, que solo se alcanza en la medida en que podemos ser responsables de nuestra circunstancia, nuestros actos, nuestro decir. Dejar de ser pasivos para ser activos.
A Sartre se le atribuye la frase de que cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él. Es decir, abandonar la posición de la víctima para apropiarse de sí e intentar hacer algo, siempre otra cosa, y siempre como una manifestación de la libertad, porque, ahora sí escribiría Sartre, “ser libre es ser libre para cambiar”, no para perpetuar.