Para que el Derecho Romano se consolidara a lo largo de los siglos y diera sustento a las instituciones por todos conocidas y de las cuales hoy tenemos ciertas réplicas o productos de ellas, debieron cumplirse algunos requisitos, entre ellos están el estudio y la difusión.
El estudio se fundamenta en la aplicación del pensamiento crítico y en la comprobación lógica de las ideas. Lógica entendida como la ciencia formal y no como la “obviedad”. Y la difusión para que las normas y las leyes fueran comprendidas, asimiladas y puestas en práctica en la vida cotidiana.
A partir de este esquema puede resultar más sencillo comprender que cualquier sistema de pensamiento que busque abarcar extensos campos de la vida humana debe replicar ese sistema, con sus limitaciones y mejoras. Al no hacerlo de esta manera se puede decir que hay un interés por mantener un saber hermético, propio del esoterismo y la alquimia, que solo se transmite a ciertos iniciados y en ello radica su éxito, en lo cerrado y la expectación que genera, no en los resultados por sí mismos, cumpliéndose a plenitud la máxima de Michael Foucault de que todo saber genera un nuevo poder.
No recuerdo el nombre de una serie sobre la vida de Sigmund Freud, pero si una escena que me ha acompañado a lo largo de los años y que hasta hoy tengo la oportunidad de evocar públicamente. Un viejo doctor, cansado por el cáncer en el paladar y maxilar derecho, tumbado en su sofá, tiene en el diván a la princesa Marie Bonaparte. Ella le dice que está pensando con seriedad alejarse del psicoanálisis. Él intenta convencerla de que no lo haga aludiendo primero a presuntas resistencias inconscientes. Al ver que no avanza, le suelta a bocajarro que la necesita para la difusión y expansión del psicoanálisis en Francia.
Claro, para que Freud lograra consolidar su teoría (también este término debe ser empleado con rigurosidad y no con su vulgarización que erróneamente le vincula a una mera especulación), debía tener aliados que la estudiaran y la difundieran, tal y como él la había estructurado, para que su revolución científica alcanzara el tan anhelado estadio de ciencia normal, descrito por Thomas S. Khun.
Hasta aquí parece que todo va bien. Pero qué está ocurriendo ahora con las corrientes “psi”, a mi parecer están más alejadas del proceso científico y más cercanas a la estafa de la estructura piramidal. No dudo en que la mayoría hayamos sabido de un sistema piramidal que ofrece grandes atractivos y rendimientos con poco esfuerzo. Al final resultan ser burbujas que explotan dejando a muchos sin nada y a pocos con mucho.
El éxito de estos esquemas fraudulentos de captación de recursos se basa precisamente en la generación de lazos de confianza. Hay que atraer a las víctimas si con la promesa de riqueza fácil, pero sobre todo y más importante, con la idea de vínculos amorosos bien reforzados.
Con estas reglas en el portafolio viajan por el mundo de la mercadotecnia decenas o cientos de gurús, unos con más alcance que otros, vendiendo cursos, talleres, seminarios, que van desde la terapia infantil con bloques armables, pasando por los primeros auxilios psicológicos, hasta la formación de sanadores con cuencos, flores y ángeles. Desde luego los únicos que se benefician son los “replicadores” de estos cursos, a quienes parece importarles más las ganancias económicas que el dolor del prójimo.
La estafa piramidal ofrece grandes rendimientos a costa de poco esfuerzo y el bienestar emocional se sitúa precisamente en el lado opuesto, a veces por mucho esfuerzo que se haga hay poca o nada de “ganancia”, porque esta llega hasta que se comprende que la vida es una serie de pérdidas y lo que se teje entre una y otra a veces se puede llamar felicidad.
