Pocas frases revelan tanto prejuicio como aquella que se lanza con facilidad: “los jóvenes de ahora prefieren delinquir que estudiar o trabajar”. Se asume con ligereza que el adolescente que roba, trafica o agrede lo hace por gusto, por flojera o por falta de valores. Pero esa lectura ignora dos factores esenciales: el nivel de sofisticación del crimen organizado y la era de las redes sociales. El dilema no es si prefieren robar o estudiar. El verdadero dilema es que el crimen organizado entendió cómo captarlos antes de que sean mayores de edad.
El informe de las Estadísticas sobre Personas Adolescentes en Conflicto con la Ley (EPACOL), publicado esta semana, revela un aumento en el número de adolescentes imputados en carpetas de investigación por delitos del fuero común en 2023. El 40% de los casos fueron por robo, mientras que el narcomenudeo representa el segundo delito más común. Esto no solo habla de delitos callejeros, sino de un sistema paralelo que integra y forma a jóvenes con rapidez, usando herramientas que antes eran exclusivas del mundo corporativo: apps, criptomonedas, redes, monitoreo satelital, influencers falsos y microempresas fachada.
La evolución tecnológica del crimen organizado ha redefinido su capacidad de seducción. Ya no se trata únicamente del “halconcito” que avisa en la esquina, sino del adolescente que recibe pedidos por Telegram, que cobra por transferencia y que comete el delito con precisión quirúrgica. Muchos de ellos ni siquiera se perciben a sí mismos como delincuentes. Esa es la narrativa que el narco ha perfeccionado: la del éxito rápido, el sentido de pertenencia y la autonomía.
Pretender que todos estos adolescentes eligen delinquir por comodidad o falta de valores es una injusticia. Según EPACOL, más del 56% de las víctimas en estos casos son menores de 19 años, lo que sugiere que los adolescentes están atrapados tanto del lado del delito como del lado de la víctima. No hay generación perdida, hay una generación atrapada entre las redes sociales y un crimen cada vez más sofisticado.
No es casualidad que entidades como Nuevo León, Estado de México y Guanajuato concentren casi la mitad de los casos. Son estados con alto desarrollo urbano, pero también con fuerte presencia del crimen organizado y estructuras digitales.
Los jóvenes no están perdidos: están siendo disputados. La prevención no empieza en la patrulla, sino en el hogar, en el aula y en el algoritmo.