En Estados Unidos se desató una ola de destrucción de monumentos públicos, percibidos por algunos como símbolos racistas, luego de la brutalidad policiaca contra afroamericanos.
El martillo y el aerosol de grupos marginales han roto y pintarrajeado estatuas y bustos de personajes a lo largo y ancho de todo el país. Para evitar mayores daños, las autoridades los han retirado y puesto en resguardo.
En Portland, Oregón, derribaron la estatua del precursor de la independencia Thomas Jefferson, arguyendo que esclavizó a más de 600 negros.
En Richmond, Virginia, la estatua del explorador Cristóbal Colón fue quemada y arrojada a un lago, mientras que el gobernador ordenó la remoción de la estatua del general confederado Robert E. Lee.
En Albuquerque, Nuevo México, la estatua ecuestre del conquistador Juan de Oñate fue removida después de un enfrentamiento entre grupos opuestos, resultando una persona herida.
The New York Times interpreta los hechos como un movimiento que se inició primero hacia los símbolos de racismo contra los afroamericanos, pero después del brutal asesinato de George Floyd, explotó un “ajuste de cuentas” sobre la colonización europea y la opresión de los nativos americanos.
Como lo indica su nombre, Estados Unidos es una unión de varios estados. Cada región tiene una historia distinta. Cada poblador, ya sea de origen indígena, inglés, negro, francés, español o mexicano, ha dejado una huella para bien o para mal en diversas partes del vasto territorio.
Y como en cualquier país, hoy conviven con cierta tensión descendientes de vencidos y vencedores, abusadores y abusados, verdugos y víctimas. Hasta que los sentimientos de victoria o de derrota, de orgullo o de humillación estallan por algún incidente significativo.
Las estatuas públicas son erigidas como símbolos del valor de un héroe para que se perpetúe su memoria, pero algunos opinan que esta es una idea caduca, propia de tiranos, dictadores o monarcas.
El vandalismo en Estados Unidos me recuerda el perpetrado a los monumentos en el Paseo de la Reforma el 12 de octubre de 1992, en el quinto centenario del encuentro entre dos mundos.
En ese entonces, el notable historiador Silvio Zavala lamentó la falta de protección que amenaza a los monumentos públicos de México, que merecen ser tratados con más miramiento y tener mejor suerte.
México ha logrado el equilibrio histórico en la avenida más bella de la capital, donde conviven Cuauhtémoc con Colón, símbolos de nuestra fusión cultural. Nuestro país da muestras de madurez al conservar como una obra de arte al Caballito.
No creo que el dolor y la ira que provocan la injusticia y el abuso se van a resolver con la destrucción de monumentos históricos. Tampoco creo en el maniqueísmo de los héroes buenos y malos.
Creo que lo importante de un monumento es comprender por qué fue construido, poner el pasado en su contexto, y asumir el presente como un llamado a ser mejores que nuestros propios antepasados.
El entendimiento y la reconciliación, no el olvido ni el rencor, son las vías para honrar a las víctimas y ayudar a liberarnos del peso de nuestros propios demonios.
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@AGutierrezCanet