El 2023 fue un año violento. El recrudecimiento de la guerra de Rusia contra Ucrania y las atrocidades cometidas contra civiles en el Medio Oriente, primero por Hamás en Israel y luego por el ejército israelí en Gaza, ensangrentaron el calendario mundial, mientras el crimen organizado se enseñoreaba en buena parte de nuestro territorio nacional y agredía a la población en México. No quiero sonar catastrofista, pero me temo que el 2024 no sea mejor. No se vislumbra el fin de las conflagraciones internacionales —de hecho, hay riesgo de que se extiendan: no hay que quitarle el ojo a China y a Corea del Norte— y lo mismo puede decirse de las extorsiones de los cárteles mexicanos, que se han empoderado más ante el repliegue de las autoridades. Y por si eso fuera poco, Estados Unidos y México tendrán elecciones presidenciales al filo de la antidemocracia populista, con Donald Trump acechando de nuevo la Casa Blanca y Andrés Manuel López Obrador dispuesto a ¿casi? todo para conservar el poder.
Me quedo en los peligros políticos mexicanos, justamente con esa pregunta: ¿hasta dónde está dispuesto a llegar AMLO para impedir la cuarta alternancia (4A)? Ya sé que Claudia Sheinbaum aventaja en las encuestas y tiene de su lado el aparato del Estado, pero a pesar de los esfuerzos del régimen por convencer a la gente de lo contrario Xóchitl Gálvez puede remontar. Si poco antes de la jornada electoral las encuestas no compradas indicaran que las tendencias se revirtieron, ¿buscaría AMLO un pretexto para suspender los comicios? ¿Y qué haría si la oposición ganara por un estrecho margen?, ¿aceptaría la derrota de la 4T a manos de la 4A o lanzaría una andanada de chicanas legaloides, para usar sus propios términos, o de plano promovería la anulación total de la elección? ¿Y si el INE y el Tribunal Electoral resistieran…?
Los cuestionamientos no son ociosos. Nadie puede descartar esos escenarios, por improbables que los crea, y es válido conjeturar en torno a ellos, dada la abominación que AMLO ha expresado reiteradamente en torno a un eventual retorno de sus opositores a la Presidencia. El argumento de cajón del oficialismo para negar la posibilidad de algún tipo de fraude —“no somos iguales”— ya ha sido descalificado por la realidad de este gobierno: son igualitos. Y la insana cercanía de AMLO con los militares pone los pelos de punta. La única fuente de sosiego, si la hubiera, podría provenir de la solidez que han mostrado las instituciones electorales, de la institucionalidad histórica de las Fuerzas Armadas y de la vigilancia de la sociedad civil. Pero el dictum del viejo líder sindical priista Fidel Velázquez —“a balazos llegamos al poder y solo a balazos nos sacarán”— podría mutar en función de una suerte de ideología de clase referida a su base social: “el pueblo” nos puso y solo “el pueblo” nos quitará, aunque en las urnas esta vez no haya sido mayoría.
¿La duda es infundada? ¿Se trata de una eventualidad absurda? Ojalá. Quisiera creer, en todo caso, que para descartarla se recurra a la inviabilidad de una acción antidemocrática de esa magnitud por parte de AMLO y no a la improbabilidad de un triunfo de la oposición. Porque si la respuesta de la 4T es “no hay por qué preocuparse de esas cosas porque vamos a ganar”, que Dios nos agarre confesados.