Ana Patricia Rojo es una actriz que muchos recuerdan por una película de culto de Carlos Enrique Taboada: Veneno para las hadas. Presento un segmento de una charla que tuvimos.
Adrián Herrera (A.H.): Pienso que Enrique Taboada es el mejor director de películas de terror que hay en el país. Películas como Hasta el viento tiene miedo, Más negro que la noche y, por supuesto, El libro de piedra, que nos aterrorizó a todos cuando éramos niños. Pero hablemos de Veneno para las hadas (1982), donde tú eres protagonista. ¿Qué edad tenías al momento de filmar la película?
A.P.R.: Yo tenía ocho años.
A.H.: ¿Qué pasa con una niña de ocho años haciendo un papel tan comprometido en términos psicológicos?
A.P.R.: Traté de entender al personaje de Verónica, una niña que no tenía ninguna de las cosas que yo tenía; es decir, tuve la gran fortuna de tener a mis padres siempre conmigo y de tener una extraordinaria relación con ambos, y de niña fui muy protegida, muy cuidada, muy cobijada. El tratar de entender cómo se sentiría una niña que no tuviera lo que yo tenía. Creo que lo abordé desde la empatía, desde el tratar de ponerme en sus zapatos y entender sus porqués y su circunstancia, y cómo eso hace que actúe de cierta manera.
A.H.: ¿Tú llegaste a esta conclusión o te dieron una indicación, hubo alguna normativa, una preparación previa?
A.P.R.: Tuvimos un par de entrevistas con Taboada, que nos explicó básicamente la historia. Y mis padres me hicieron un planteamiento: ¿Cómo te sentirías tú si tal vez tu circunstancia de vida se pareciera un poco más a la de Verónica? De una niña que no es que lo haya perdido todo, sino que nunca lo ha tenido.
A.H.: ¿No entraste en el tema de la magia en ese entonces? ¿Cómo lo abordaste?
A.P.R.: Ese tema se manejó siempre de una manera bastante más ligera, precisamente por lo impresionable de la edad. Cuando me dice Taboada: “Tú vas a salir por aquí y le vas a sacar la lengua a la cruz”; siendo yo criada en una familia católica, era una imagen muy fuerte, muy complicada, muy difícil. Sentía que de alguna manera estaba traicionando las creencias que me habían inculcado, la religión, etcétera. Entonces tenía que desligar a la persona para generar al personaje y recuerdo que me dijeron: “No, mira, aquí le estás sacando la lengua no a la cruz, no a Jesús, sino a…”. Entonces me dieron una explicación para aligerarlo un poco y para que no se atravesaran mis propias creencias o mis sentimientos personales.
A.H.: ¿No hubo nunca una sensación lúdica de juego en la grabación? O sea, sentir que pudo haber sido divertido en algún momento.
A.P.R.: No. no lo recuerdo así. Fue un ambiente muy riguroso, muy tenso, una exigencia por parte de la dirección y la producción, que no tenía concesiones por la edad. Nos trataron como actores.
A.H.: Como cualquier actor, pues.
A.P.R.: Como un actor, como una intérprete, como alguien que tiene una responsabilidad, que tiene que aprenderse su texto, que tiene que rendir a las exigencias del director las veces que sea necesario. En algún momento me sentí un poco mal porque se repitió muchas veces esto de mojarse en lo de la lancha, y me dio una gripe, pero de todas maneras yo tuve que ir, seguir filmando. No hubo concesiones, no hubo cortapisas.
A.H.: Es muy riguroso, eso lo sabemos.
A.P.R.: Yo empecé mi carrera a los cinco años. He tenido distintas experiencias en cine, en teatro, en televisión, pero recuerdo que la producción más estricta, la más rigurosa y la que menos concesiones dio al tema de la infancia, de la edad, fue Veneno para las hadas. Ese papel determina el resto de mi carrera, porque después de esa película hice algunos personajes de telenovela; a los 14 años hice una alcohólica que se enamoraba de su padrastro. A los 15 era yo una cleptómana y después vinieron los personajes de villanas.
A.H.: ¿Tú harías otra vez algún papel parecido al de Verónica?
A.P.R.: Sí, claro; sí, por supuesto.
A.H.: ¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces?
A.P.R.: Más de 40 años.
A.H.: Está cabrón. O sea que prácticamente siempre has sido actriz.
A.P.R.: Así es. Yo no tengo un antes ni un después en mi experiencia.