Cultura

Sinbad

El cuarto viaje de Sinbad, el marino, es particularmente oscuro. Pertenece a una obra más extensa, Las Mil y Una Noches. El resumen es éste: Sinbad se sube a un barco y naufraga (en todos sus viajes ocurre lo mismo). Dios lo salva y llega a una isla donde viven unos negros que drogan a la gente que va a dar ahí y se los comen. Sinbad escapa y llega a otra isla donde vive un rey bueno que le da dinero, se hace su amigo y le consigue una esposa. Hasta aquí todo marcha fenomenal. Pero como en todos los viajes del marino, las cosas de pronto dan un giro inesperado y algo muy malo sucede: a un amigo se le muere su esposa y Sinbad es informado que en esa cultura, cuando se te muere tu cónyuge, los entierran juntos. El razonamiento es que “ninguno de los dos pueda seguir gozando de la vida tras la muerte del compañero”. Eso me recuerda a esa vieja consigna indisoluble que le dicen a los novios cuando se casan: “lo que une Dios que no lo separe el hombre”. Bueno, pues resulta que el infortunio siempre le llega a nuestro marino favorito, y poco tiempo después se le muere la esposa. Y aunque grita, protesta y se opone, lo arrojan a la fosa junto a su esposa muerta, agua y pan para sobrevivir unos días y una colección de finas ropas, joyas y objetos valiosos. Lo que ocurre después es digno de una historia de terror; bajan a Sinbad con la esposa mortajada y, en la oscuridad, intenta sobrevivir lo más que puede antes de que se le terminen el agua y el pan. Pues un día se abre la tumba y hacen bajar un cadáver y a una mujer viva. Sinbad toma un fémur y le da a la mujer en la cabeza, matándola. Así, toma sus raciones y sobrevive otro tiempo más. La historia se repite. Pues vaya usted a saber que un día el marino advierte la presencia de animales en la gruta. Los sigue. Se da cuenta que estos animales han abierto un hueco en un extremo de la cueva, por donde se meten y comen los restos de los cadáveres. Recupera ánimos, regresa al sitio donde están los cuerpos, se viste con las mejores prendas, recoge los objetos de más valor y se marcha. Luego de unos días lo recoge un barco y regresa a Bagdad, y se entrega a los placeres de la vida, como siempre.

La escena es memorable. Esperar en la oscuridad a que bajen al cuerpo inerte y a su cónyuge vivo para matarlo y quedarse con sus pertenencias y raciones es brutal. Porque no solo es supervivencia, es codicia lo que lo mantiene vivo. Imagino los aromas a putrefacción, humedad, sieno y polvo, dormir sobre los huesos y el frío y, en completa oscuridad, alternar pensamientos de querer morir y escapar. Y eso hace que el relato sea tenebroso, frío y realista, porque mezcla estas emociones de supervivencia, codicia, la capacidad que tenemos de deshumanizarnos y seguir nuestros impulsos ciegos.Así, la figura de Sinbad queda equiparada con la de los animales que entran a la gruta para alimentarse de los cadáveres, no hay más. Y todo esto ocurre en total oscuridad, lo cual puede representar justamente este impulso ciego de matar, morir, vivir, sin ningún tipo de resentimiento, consideración moral o ética y sin mirar atrás. Al final, Dios permite que Sinbad encuentre una salida, pero no lo castiga por lo que ha hecho: lo manda a casa, para que reflexione sobre el pecado que en el relato se considera más importante: la codicia. Lo de los homicidios se puede justificar como un intento de supervivencia, es lo de menos.

Lo que sí voy a hacer es una versión actualizada —y a mi manera— de este relato. Me parece digno de cualquier cuento de Stephen King, Poe (especialmente él) o de Lovecraft (ver el cuento Las ratas en las paredes).

Porque en el género de terror siempre encontramos el horror de enterarnos quiénes somos realmente y que no olvidemos cuál es nuestra verdadera naturaleza.


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Adrián Herrera
  • Adrián Herrera
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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