El otro día conversé con un tipo que fracasó con un proyecto al cual le tenía mucha fe. –Bueno, la cosa no es tener fe nada más, sino saber lo que se está haciendo, –le dije. Y ahí el problema: muchas personas sienten que con creer que su producto o proyecto es lo suficientemente bueno como para que funcione, pues con eso es más que suficiente. Resulta que este amigo fabrica un producto y está muy orgulloso de él porque sabe que tiene una gran calidad. Proyecta sobre él la idea que tiene de sí mismo, tanto sus virtudes como fantasías, arrobándolo de genialidad, de trascendencia. Pero no hay que perder piso aquí: comportémonos objetivamente. Nuestro optimista amigo tiene demasiada confianza en sí mismo, pero no lo sabe vender. Y luego de varios meses intenta no posicionar el producto en el mercado, se da cuenta que no va a funcionar. Se frustra, se queja de que la clientela no reconoce la calidad y las cualidades sobresalientes del producto, ¿pero cómo puede ser posible esto?
Tenemos otro amigo que desarrolló un producto muy parecido al del ejemplo anterior. Pero fíjese en las diferencias; este producto es de peor calidad, corrientón, chafo, patito. Pero contrata a una agencia de publicidad para que le maneje la imagen y la campaña publicitaria. ¿El resultado? Luego de unos meses, un éxito comercial. Ah, mira qué interesante.
Mire, lo mismo ocurre con los restaurantes; hay unos que tienen una comida extraordinaria, un menú digno de premios y distinciones, pero un servicio de la verga. En contraste, hay otros donde la comida no solo no luce, resulta mediocre, pero el servicio y la ambientación son tales que el sitio siempre está a reventar.
Creo haber dejado las cosas bien claras. No es la calidad del producto, es la manera de venderlo. Porque la mercadotecnia no repara en calidad, solo en sus propios medios. Vende por vender. No quiere cambiar el mundo ni convencer a nadie de pensar o actuar de cierta manera. Es un monstruo ciego que se alimenta de ventas. ¿Quiere decir esto que debemos renunciar a la calidad y concentrarnos en productos mediocres? No, coño. La conclusión es que uno debe siempre dar lo mejor, pero sin una buena estrategia de venta todo ese esfuerzo no sirve de nada. He visto buenos proyectos irse por el Gran Tubo de la Mierda solo porque no se supieron vender.
La proporción de personas que reaccionan favorablemente ante una campaña publicitaria es mucho mayor que aquellas que cuestionan sus métodos y resultados. por eso es prioridad saber vender. Y dije vender, no engañar. Porque engañar es parte de la agenda de la mercadotecnia, porque, como dije antes, lo único que le importa es vender. Y si con ello se requiere mentir y manipular, pues que se haga. Si no me cree, vea las campañas de los políticos y compárelas con lo que terminan haciendo esos mismos personajes nefastos.
El punto es que el amigo del producto chingón que fracasó vendiéndolo nunca quiso aceptar que debía someterlo a un proceso publicitario específico para catapultarlo a un nivel de ventas acorde con su calidad. No, este necio prefirió hacer un berrinche, echarle la culpa a todo menos a su capacidad para vender y terminar llorando, recluido en sí mismo y lamentándose de su mala fortuna. El otro tipo trae un auto último modelo, se va de vacaciones a España y luego a Grecia, y después regresa a México para inaugurar otra marca exitosa.
Las cosas no son automáticas ni ocurren porque seamos guapos o porque nos sintamos tocados por la mano de Dios. Ocurren porque nos empeñamos en hacerlas funcionar, por un poquito de suerte, sí, pero casi siempre por una mezcla de actitud, visión y conocimiento. Todo lo demás son mamadas. Así que deje de prenderle veladoras al santo o a la Virgen y de suponer que todo va a salir bien solo porque así se desea, porque se tuvo un presentimiento o por un sueño premonitorio.
Se vale soñar, dicen. No, lo único que vale aquí es llevar los sueños a realidades concretas. A la mierda los sueños.