¿Cómo debemos comportarnos? Esta es una pregunta que nos hemos hecho desde la antigüedad. Y aún no tenemos una respuesta concreta ni correcta. Podemos empezar por enlistar algunas cosas que sabemos están mal, como el asesinato, la tortura o el secuestro, entre tantas otras conductas perniciosas, pero intentar crear un código de comportamiento ¡universal! es tarea de lo más difícil, incluso utópico.
Pero algo se tiene que hacer. Mire, en la antigüedad clásica el concepto de ética se refería a una especie de metodología de la vida cotidiana que implicaba la totalidad de nuestras expresiones, no en una serie de preceptos morales específicos, y mucho menos venidos de una deidad o de una revelación.
Seamos prácticos y concentrémonos en aquellas ideas de carácter útil que nos convienen y que, estadísticamente, nos han resultado provechosas. Me refiero a las leyes y a las costumbres que sabemos que si las aplicamos y respetamos, aumenta la probabilidad de vivir tranquilos, con libertad y tolerancia. Pero ahí justamente viene el problema: no todos están dispuestos a revisar su comportamiento, sus convicciones y sus reacciones. Ayer en el supermercado me ocurrió lo de siempre: una señora, conversando en su celular, con el carrito atravesado diagonalmente, bloqueando el pasillo. En tanto que uno le pide que se mueva –amablemente siempre–, ella nos ignora, pues lo único que le importa es seguir con su conversación al tiempo que escudriña los anaqueles en busca de algún producto. Terminó cediendo a la presión, pues ya éramos varios haciendo fila, pero ese no es el problema, el punto es por qué esa señora decidió bloquear el pasillo ignorando a todos. Eso es lo que me preocupa. El considerar que cada quien es más importante que los demás y que esas conductas se justifican.
Del comportamiento de las personas en sus vehículos no voy a decir nada, porque es tema como para llenar un tratado de dos mil páginas, ah, y de problemas entre vecinos, hay para el doble de material. Tampoco voy a abogar porque regrese el “manual de Carreño”, porque no se trata de despertar tratados obsoletos y anacrónicos.
Hace años, en un pueblito del Altiplano, casi me apedrean por estar sacando fotos de su gente: –No puede hacer eso aquí–, me dijo el encargado de policía. Pregunté si eso era un delito, lo cual claramente no era, pero respondió lo siguiente: –Aquí hacemos las cosas a la manera nuestra y al que no le guste, que se largue–. No me quiso decir por qué no se le podían sacar fotos a las personas, pero el caso es que no se puede, punto, y no me iba yo a poner a discutir con la persona que seguramente me iba a invitar a pasar una noche en la cárcel si seguía de necio con mis argumentos e intenciones. Lo que para mí es permisible y que la Constitución del país protege, o por lo menos no lo contempla como un delito o infracción, para alguien (una comunidad, en este caso) no es correcto. Y eso se debe respetar, pues no se puede homogeneizar la ley y esperar que se aplique para todos y en todo momento. Eso no es posible. Casos como este los va usted a encontrar en todo el país (¡ahora imagínese en el mundo!).
Lo que tenemos aquí es una enorme variedad de posturas, de ideas, de reglas o de sugerencias de cómo debemos comportarnos. Y estas ideas cambian con el tiempo y son distintas para la cultura de la que estemos hablando. Yo no creo que se pueda crear un código ni moral ni de comportamiento universal. Me parece que lo único que se puede hacer es dejar algunas reglas básicas, como las del homicidio, la tortura y otras que ya mencioné, y dejar que se deriven otras de manera más o menos espontánea y aludiendo al buen entendimiento y razón de las personas. Lugar para discusión y debate siempre habrá, pero insisto en que lo de todos los días es muy importante: si no revisamos nuestra conducta, terminaremos actuando de manera egoísta, transformándonos en auténticos patanes.
Tolerancia, educación, sentido común, empatía y paciencia. Pero esas cosas hoy en día ya no se toman en cuenta y a nadie le importan. Y por eso, como dice el dicho, “estamos como estamos”.