En la secundaria nos dieron un curso para aprender a poner atención. Se trataba de una serie de ejercicios muy sencillos –pero efectivos– y al final de cada uno el profesor preguntaba qué carajos habíamos registrado de cada uno. Por ejemplo, en una tarjeta venía un dibujo de un árbol. Uno tenía que fijarse bien en las cosas que salían allí y luego te preguntaban qué habías visto. De esa manera contestabas que dos pájaros, una manzana, una ardilla, un tipo recargado en el tronco leyendo un libro y cosas por el estilo. Otro ejercicio pedía escuchar un texto y luego había que escribir el contenido del audio. En otro ejercicio colocaban una caja con objetos, la destapaban y luego de unos segundos volvían a colocar la tapa. Entonces enumerábamos lo que recordábamos haber visto. Me acuerdo que eran muchos ejercicios de ese tipo y al final recibías un puntaje que expresaba tu capacidad de atención. Yo no me acuerdo cuánto obtuve, pero como soy medio distraído –y muchas veces sencillamente me vale madre– no creo haber logrado una buena nota.
Tengo dos restaurantes. Parece poco, pero no lo es. Y esto porque tengo que lidiar con empleados, clientes, proveedores, técnicos... Toda la semana doy órdenes, hago pedidos, reviso toda clase de equipos y artefactos, y converso con mucha gente. El problema principal viene, como ya se imaginará, en la comunicación. A un proveedor le pedí una caja de costillas de res y me trajo una de puerco. Un cocinero recibió la orden de picar una serie de vegetales y saltearlos, y cuando regresé a supervisar la receta ya había metido todo a la licuadora, había pasado la mezcla a una olla y se encontraba cociéndola. En qué momento llegó a la conclusión de hacer todo eso, no lo sé. Cuando le pregunté precisamente eso, me contestó que él creía haber entendido algo distinto. Luego está el caso de un ayudante de mi tío (que ya murió); había una fiesta y se compró cerveza. Le pidieron que guardara toda la cerveza en la hielera y que le vaciara una bolsa de hielo. Lo que este buen hombre hizo fue abrir todas las cervezas, una por una, vaciarlas en la hielera y luego echarle la bolsa de hielo. Cuando mi tío fue por una botella de cerveza, casi le da un patatús. Creo que no volvió a ser el mismo después de eso.
Asimismo, hay gente a la cual le estás hablando y ellos se te quedan viendo, haciendo sutiles gestos, pero no te están escuchando; están como idos, pensando en los anillos de Saturno o en los temblores del occipucio. Y también hay quienes sí escuchan pero, o les importa tres kilos de reata de burro o fingen demencia. He sabido de psiquiatras que hacen eso. Estarán hartos de tanto escuchar gente exhibiendo sus cuitas, no sé. El caso es que no poner atención es uno de los problemas más acuciantes de hoy y siempre, y tiene resultados desastrosos.
Mis hijos van a la escuela, los maestros les piden que lean cosas, como cuentos, ensayos o monografías, y cuando les pregunto cuáles fueron los puntos clave de esas lecturas se me quedan viendo como si les hubiera pedido un resumen de los últimos descubrimientos en física cuántica. Y, justamente aquí, en esta breve e huidiza columna: un conocido me comentó que le parecían “muy interesantes” mis artículos; cuando le pregunté cuáles le habían llamado la atención, dijo: –Pues no me acuerdo, pero están buenos.
A nadie le importa mucho poner atención en lo que ocurre a su alrededor. Estamos más preocupados por el mundo alternativo digital y por nuestras elucubraciones y ensayos mentales que por lo que en otros tiempos se entendía por “realidad”. Andamos como drogados, como idos, abstraídos y reservados, ensimismados y alienados. Funcionamos ya como autómatas. Pues no solo no ponemos atención al mundo, sino que tampoco somos ya capaces de cuestionarlo, de reflexionar y de actuar conforme a las conclusiones a las que podamos llegar.
Hay que volver a aprender a escuchar, a observar y a razonar, coño. Alguien nos tiene que poner una sacudida, un coscorrón y regresarnos a nosotros mismos.
Algo muy extraño y malo ocurre a nuestro alrededor y no nos damos cuenta. ¡Despierten!