Esto fue hace más de 10 años. Iba mi mujer en el carro con los niños. Se detuvo en un semáforo. Enfrente viene un carro con una persona al volante. Los niños van en el asiento de atrás, viendo una caricatura en las pantallas que van sujetas a los asientos de enfrente. De pronto un carro de atrás acelera, invade carril, se le cierra al vehículo de enfrente, se baja un tipo con una escuadra y le pega dos tiros al conductor. Mi mujer entra en pánico. El tráfico se detiene. Los sicarios huyen, chocando dos carros antes de desaparecer. Me marca al celular:
–Acaban de matar a un tipo frente a mí.
–¿Están bien?
–Sí.
–Vete de ahí ya.
Le hace como puede y sale de ahí. Al pasar junto al carro de enfrente, ve al ejecutado: está recargado sobre el volante, hay sesos sobre el panel y parabrisas. De inmediato le marco al entonces director de Notivox y le doy los detalles; ya manda a alguien. Luego de un rato llega mi mujer a casa, se le ve muy alterada. Los niños ni se enteraron. Cuando llegan los reporteros de Notivox ya no hay nada; ni el vehículo, ni sangre, nada. Alguien limpió todo y lo hizo rápido.
Hace unos años, un poco antes de la pandemia, disfrutábamos de una carne asada el patio. De pronto se escucha una serie de detonaciones: una ráfaga breve. –¿Es una balacera?–, pregunta mi hija. –No, fue una ejecución–, le digo. Solo hubo una ráfaga breve y no se escucharon réplicas de otra arma. Y sí: al día siguiente en la miscelánea de la colonia nos dijeron que habían ejecutado a un ex reo que acababa de salir de la cárcel. –Algo debía–, dijo el de la tienda.
4:30 de la mañana. Se escuchan varias detonaciones; un intercambio de ráfagas intermitentes. Armas de varios tipos y calibres. La balacera dura cerca de una hora. ¡Una hora! En ese tiempo no se escucha ninguna sirena, ni de policía ni de ambulancias. Cuando por fin se termina el enfrentamiento salen las sirenas con su argüende. Esto ocurrió cerca de donde vivo. Por suerte mis hijos no se enteraron. Durante todo el día buscamos mi mujer y yo alguna noticia del hecho, pero no encontramos nada, solo tuits y menciones en Facebook, pero ninguna noticia en portales digitales.
Esa tarde mi mujer fue a recoger a los niños a la escuela. De la nada se desata una balacera. El ejército con un grupo armado. Dan la orden de tirarse al suelo. Niños, papás y profesores aterrados escuchando las detonaciones y los gritos. Algunas balas impactan en las aulas. El evento dura menos de 10 minutos. Por seguridad, la gente se tiene que quedar ahí un rato. Luego todo vuelve a la normalidad.
El año pasado, yendo al trabajo, paso a lado de un vehículo que ha caído en un dique. Bajo la velocidad y me fijo bien: al fondo de un monte hay un tipo tirado, con la espalda llena de tiros. Luego me entero: lo venían persiguiendo, le dieron alcance, su auto cayó al dique, intentó huir al monte y ahí lo mataron.
Si le sigo platicando de todas las cosas que he visto no terminamos. Ya es casi costumbre escuchar balazos, ver ejecutados y gente sospechosa en vehículos con vidrios polarizados. Mis hijos ya lo ven como parte de nuestra vida cotidiana. Cuándo comenzó esto o por qué, ese es otro tema. Lo que me mortifica es el hecho de que se haya convertido en un hecho común. Que demos por hecho que esto es parte de una normalidad. Pues no lo es. Ni debería serlo. Y la gente común como yo no sabemos cómo resolver el asunto. Somos o víctimas o espectadores de un proceso de violencia como no se había visto antes. Y no va mejorando, por el contrario: cada día se pone peor. Ah, y no hable de asaltos, secuestros y extorsiones.
Por lo pronto le voy a hacer como mis hijos: viendo caricaturas, ignorando todo cuanto ocurre a mi alrededor y suponiendo que es otra la realidad que vivo.
Neta, está cabrón.