En la vida hay derrotas y triunfos. Hay que saber cómo enfrentarlas porque de los triunfos todo mundo es dueño, pero las derrotas son huérfanas. Tienen mala fama. Sin embargo, se aprende más de las derrotas. Por ejemplo: a corregir, a no repetir las actitudes que te llevaron a la derrota. Yo recuerdo mis derrotas, pero ello no significa que viva en ellas. Una vez me castigaron en la escuela y no tuve la culpa, pero asumí que no pude defender mi inocencia y traté de comunicarme mejor.
Cuando ya era trabajador en una gasolinera tenía tan poca experiencia que bañé un vochito con gasolina. Por supuesto que hubo consecuencias, pero aprendí de ese error.
Intenté crear marcas deportivas que no funcionaron.
Fallé con mis padres al ser contestón y rebelde, pero ellos me enseñaron que el respeto se gana y fácil se puede perder.
Se vale fallar, se vale equivocarse, pero lo importante es que ambas cosas te dejan aprendizajes de por vida.
Cada quien elige dónde y cómo quiere estar.
La vida está hecha de decisiones. Simples como en qué gym quieres entrenarte o complicadas como el tomar un rumbo laboral. La clave en todo ello es no perder la gratitud y la lealtad a tus maestros de vida, porque precisamente la vida cambia en un instante.
En todos estos años he aprendido que las malas vibras sólo nos conducen al fracaso y que debemos resistir, persistir y nunca desistir como dice la frase.
Les invito a cultivar la lealtad, la paciencia y a revisar lo que aprendimos de nuestros errores y nuestras derrotas.