Otra vez de nuevo al ataque contra las instituciones democráticas. Andrés Manuel ha perdido por completo el piso. Ofuscado con la candidatura de Claudia que le pudiera resultar fallida, con una estrategia anticrimen punto menos que contraproducente, con sus mega obras dándole solo dolores de cabeza, peleado con medio mundo y con muy poca ayuda de sus colaboradores y malos consejeros, ahora vuelve a la carga.
Esta vez pretende introducir reformas sustanciales a la legislación de amparo, misma que ha encontrado abierta oposición, sobre todo en los medios jurídicos, porque los juristas son los que mejor pueden ver lo tendencioso de la reforma y sus consabidos efectos perniciosos.
La limitación del otorgamiento de la suspensión de los actos reclamados en materia de amparo cuando se trata de obras o actividades en general de la administración pública tiende al ocultamiento del manejo de los recursos públicos y a acabar con la utilidad de la transparencia que fue un logro que se obtuvo a partir de muchos años de lucha en que los archivos públicos permanecían cerrados a los particulares y la información gubernamental era opaca completamente.
Se pretende hacerla completamente obscura y lo peor, que se acumule aun mayor poder en el titular del Ejecutivo, lo que nos acerca de verdad peligrosamente a un régimen dictatorial, una suerte del surgimiento del tercer imperio mexicano, en donde el emperador, desde su palacio, dicta órdenes y levanta y baja el dedo pulgar a contentillo para decidir con voluntad omnímoda, sin importar la existencia de otros dos poderes que se suponen tienden a equilibrar el gobierno.
Es verdaderamente triste ver que en el quinto año de gobierno, cuando los presidentes recogen la cosecha de sus éxitos y preparan un piso terso para la transición, Andrés Manuel se la pase en reyertas, quejas, victimizaciones, abriendo frentes de batalla por donde quiera, creando distractores, participando abiertamente en las campañas en favor de los candidatos de su partido que es el que a él le pertenece, porque es muy importante hacer la precisión, que el presidente no pertenece a un partido, sino el partido le pertenece a él y eso es lo más terrible del caso.
Las decisiones sobre las amnistías, también sujetas a la voluntad suprema de quien dijo que siempre habitaría en su casa, con la austeridad republicana a cuestas, que acabaría con los privilegios y la corrupción, que no talaría un solo árbol en el sureste para su proyecto del tren, que a estas alturas tendríamos un sistema de salud de primer mundo y seríamos autosuficientes con la producción petrolera y refinación así como una mega farmacia que garantizara que todos los mexicanos tuviéramos acceso a las medicinas y tantas otras promesas no cumplidas, muestran la reticencia al ocaso del poder, y como una implosión, cada vez más acumula más poder poniendo verdaderamente en estado crítico nuestras libertades.
Los artículos 129 y 148 de la ley de amparo no debieran ser ya modificados, ni la Constitución en general; estamos en una transición dolosa de un sistema democrático a una autarquía. ¿Es esa la Cuarta Transformación? ¿Cambiar de la República Mexicana al Tercer Imperio Mexicano?
Andrés Manuel debiera actuar patrióticamente y abandonar sus constantes soliloquios, para verdaderamente, en el último trecho de su mandato gobernar para todos y no para unos cuantos incondicionales y convenencieros.