En el año 494 A.C. en Roma, los plebeyos decidieron no hacerse cargo de las tareas de la ciudad, reclamando un trato igualitario con los patricios; no hubo violencia física; se trató una desobediencia civil, una resistencia pacífica que dio frutos con la Lex Hortensia y la Ley de las XII Tablas. Quizá fue el primer movimiento de participación ciudadana en la política de la acción no violenta.
Cuando Poncio Pilato gobernaba Judea, otra resistencia civil dobló al Imperio Romano. La Comunidad Judía elevó su protesta pacífica pero enérgica con motivo de la imposición de los emblemas o insignias del César; el Procurador Romano cedió y perdió hegemonía, a grado que siete años después, en el 33 de nuestra era, tuvo que permitir la crucifixión de Cristo, con tal de evitar un conflicto con el pueblo judío pese a la evidente inocencia de Jesús.
De ese tamaño es la trascendencia de una resistencia civil, de actos de no violencia y de lucha de la ciudadanía como grito de conciencia contra los abusos de las autoridades.
En la edad contemporánea hemos sido testigos de muchas luchas similares, en donde la no-violencia ha estado presente y ha dado excelentes resultados para hacer esa transición de la dictadura a la democracia; prueba de ello está en la independencia de Finlandia, la de India, Pakistán, los movimientos pacifistas que contribuyeron a culminar la guerra de Vietnam, o el movimiento de protesta del Doctor Martin Luther King en contra de segregacionismo racial.
En mi anterior artículo hablaba de la participación ciudadana como el elemento básico para poder llevar a cabo un cambio por la vía democrática, pacífica, no violenta y que implique una resistencia civil en stricto sensu, para oponerse a los excesos que se experimentan desde el poder mismo.
La ciudadanía debe aprender a manifestarse libremente y ser mucho más participativa en las tareas colectivas; expresando públicamente, sin ofensas ni violencia, su desacuerdo con lo que no le agrada, porque el quedarse callado es la forma pasiva de aprobar actos de gobierno que restringen las libertades, y vulneran los derechos fundamentales. Y si estamos inconformes con nuestros sistemas educativo, de seguridad, de salud, de manejo hacendario, hay que decirlo, somos libres, tenemos derecho de expresarlo y está garantizado por nuestra Constitución.
Hoy más que nunca cobra actualidad la frase del caudillo del sur, Emiliano Zapata: "Prefiero morir de pie que vivir de rodillas". La tarea es mucha. Ya empecé la mía con este serial. Hay que ejercer el derecho de expresión libre, manifestando nuestras ideas y pensamientos, con respeto, pero con el carácter firme y decidido de decir lo que pensamos y en lo que no estamos de acuerdo.
Abel Campirano Marín