Por: José Antonio Aguilar Rivera
Ilustración: Patricio Betteo, cortesía de Nexos
La idea más poderosa que define el imaginario de las relaciones entre México y Estados Unidos es la fatalidad. Un designio de la Providencia puso, para bien y para mal, a México en vecindad con la república-imperio de la modernidad. Ese sino le confiere fuerza al dictum canónico atribuido a Porfirio Díaz: “Pobre México: tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. El fatalismo también tiene una vertiente cultural en su versión estadunidense. En una carta de 1815 John Adams se expresaba así: “De entre todos los católicos romanos de la cristiandad, la gente de Sudamérica es la más ignorante, la más fanática y la más supersticiosa. Creen que la salvación sólo les está reservada a ellos y a los españoles de Europa. Apenas si se la conceden al papa y a sus italianos; ciertamente no a los franceses. En cuanto a la América inglesa y todas las demás naciones protestantes, nada pueden esperar sino inextinguibles llamas eternas y el azufre. Ningún católico en la tierra fue tan abyectamente devoto de sus sacerdotes, tan ciegamente supersticioso, como esas personas.