Por:José del Tronco Paganelli
Ilustración: Belén García Monroy, cortesía de Nexos
Repleto de contradicciones como el país que lo eligió, el proyecto presidencial se esforzó más por el castigo que por la solución de los problemas. Sin espacio para pensar en las víctimas —de la corrupción, de la desigualdad, de la inseguridad, de las violencias, y de la ausencia de un modelo de desarrollo viable—, la estrategia del gobierno se concentró en debilitar a los supuestos culpables. Fue duro con las personas y suave con los problemas, cuando la realidad imponía lo contrario. De tal manera, y como era de esperarse, buena parte de sus acciones fueron mal recibidas, tanto por los afectados como también por algunos de sus potenciales aliados o beneficiarios. La intransigencia del diagnóstico y la estrechez de las soluciones —dictadas por el Ejecutivo y acatadas a pie juntillas por sus funcionarios— minaron lenta pero progresivamente la credibilidad del líder y, detrás de él, del gobierno en su conjunto. Los estragos de una pandemia, y la crisis económica emergente, hicieron el resto.