Por:Priscilla Alexa Macias Mojica
Ilustración: Izak Peón, cortesía de Nexos
El panorama visual de lo que solía ser el campamento era desolador esa mañana: se podían ver varios camiones de basura, también maquinaria pesada que trabajaba para mover las casas de acampar donde pernoctaban los migrantes, cientos de objetos regados por el piso, también había comida que no pudieron recoger por la premura y sorpresa del desalojo, junto con ropa, juguetes y diferentes artículos. Al fondo estaban hombres, mujeres, niñas y niños viendo de frente cómo destruían sus casas de acampar, cómo la comida la tiraban a la basura o la aplastaban los camiones, ellos —me imagino—, pensaban con lágrimas en los ojos y resignación en su lenguaje corporal: “¿ahora qué sigue? ¿por qué no nos avisaron con anticipación para poder recoger nuestras pertenencias?”. Aunado a esto, un cerco con policías antimotines, decenas de agentes de la policía municipal y de la Guardia Nacional rodeaban el campamento. Mientras esto sucedía, los funcionarios de las distintas instituciones municipales se tomaban la foto del recuerdo.