Por: Mariana López Zaldívar
Ilustración: Belén García Monroy, cortesía de Nexos
Este año, marzo se siente distinto: el duelo que trajo la pandemia se unió al duelo permanente que implica ser mujer en México. En mi caso, este 8 marzo me alcanzó lejos de las jacarandas de Reforma; pero mucho más cerca que nunca de las redes construidas y sostenidas por las mujeres que quiero y que admiro profundamente. En esas redes confío y a esas redes le apuesto. Me ilusiona escuchar cómo las mujeres cuestionan los sistemas de justicia construidos por hombres y para hombres. Escucharlas hablar de otras justicias —en plural— y capaces de imaginar mundos distintos. Habitables. Mujeres organizadas para exigir alternativas a pesar de un país que nos prefiere asustadas y exhaustas. También me ilusiona escuchar a mujeres adultas exigir, desde sus saberes, más derechos para las que apenas comienzan. Pienso en mis colegas. Pienso también en las niñas de Chile saltando torniquetes. En las compañeras de Argentina llorando de alegría durante la madrugada, afuera del Congreso, con pañuelos, pintas y cubrebocas verdes. Recuerdo a las mujeres en México saturando las redes sociales con arte y palabras para Íngrid. Con flores para Wendy. En todas ellas encuentro el aliento que diluye mi tedio y espero estar contribuyendo a diluir el de alguna.