Por Eduardo García Mondragón
Ilustración: Gonzalo Tassier, cortesía de Nexos
Distinguir, hoy en día, si se trata de un humano o una máquina se ha vuelto complicado, casi tanto como determinar si las computadoras pueden pensar. Saber si una máquina posee inteligencia es una pregunta que sigue sin respuesta satisfactoria y lleva rondando en la cabeza de científicos y filósofos desde los albores de la informática. El gran matemático Alan Turing (sí, el protagonista de la película Código Enigma) planteó un experimento mental para saber cuándo se pueden atribuir pensamientos o inteligencia a una máquina: la famosa Prueba de Turing. Para saber si un computador es “inteligente”, según el matemático, bastaba que sus respuestas de texto pudieran convencer (engañar) a una persona, haciendo creer que se trata de un humano y no una máquina. Actualmente, muchas computadoras pasan sin dificultad esta prueba. Por eso se habla de Inteligencia Artificial (IA o AI, las siglas en inglés por Artificial Intelligence), la pesadilla hecha realidad del tecnofóbico fandom de Black Mirror. Como era de esperarse, este test ha tenido distintos detractores. Dejando de lado los miedos distópicos de algunos, la idea de que las máquinas pueden pensar o ser inteligentes es, desde luego, objetable en varios sentidos. Por un lado, está el problema del concepto mismo de inteligencia que, hasta el momento, es poco claro y que Turing optó por soslayar.