Por: Octavio Rodríguez Araujo
Ilustración: Ricardo Figueroa, cortesía de Nexos
Gracias a la democratización y ensanchamiento de los órganos de representación política fue posible, primero, que la Cámara de diputados no fuera dominada por un solo partido desde 1997, que el gobierno del Distrito Federal quedara en manos de un partido de oposición, que el PRI perdiera la presidencia en 2000 y 2006 y que un partido nuevo y minoritario en su origen, Morena, ganara con amplio margen las elecciones federales de 2018. Por esto me parece un despropósito que muchos morenistas quieran restarle autonomía al INE, eliminar la representación proporcional, regresar a los tiempos de la hegemonía sin tolerancia y hacer de ésta un escarnio contra quienes no piensan igual que el gobernante y sus seguidores. Los regímenes de tendencia autoritaria y de partido hegemónico no simpatizan con la representación proporcional porque sus dirigentes aspiran a construir mayorías parlamentarias que les permitan gobernar sin contrapesos. Pues es el caso que la representación proporcional, como ya se ha dicho, tiene como propósito tratar de expresar de la manera más fiel posible la representación política de los diversos sectores sociales y políticos en los órganos parlamentarios. Vale la pena mencionar que la mayoría de los países de América Latina tienen alguna forma de representación proporcional en sus parlamentos bajo sistemas presidencialistas. Hay variaciones, desde luego, pero en esencia se trata de un principio democrático aceptado, incluso, o para empezar, en buena parte de Europa.