Por: Raúl Zepeda Gil
Ilustración: Ricardo Figueroa, cortesía de Nexos
Confrontados con la realidad, los “constructores de países” se vieron forzados a admitir que los clivajes sociales, los mediadores, los acuerdos de élites y los arreglos de la vida cotidiana son parte de lo que mantiene viva a las instituciones. Aunque la libertad pueda ser un objetivo deseable, esta no siempre trae consigo estabilidad, mucho menos comida al plato. La ideología de los “constructores” era, en el fondo, una justificación para la expansión de un orden político, no una salvación para pueblos desesperados. Hoy, años después de esta confrontación con la realidad, los occidentales deberían ver en el fracaso de su idealismo liberal un presagio de lo que podría sucederles si no reparan a sus propias democracias. Más que valores, las democracias traen resultados. Dado que los “constructores” no pudieron llevar estos resultados a otras partes del mundo —donde más bien vemos el surgimiento de fuerzas híbridas, autoritarias, abiertamente anti liberales— uno esperaría que los liberales occidentales al menos hayan descubierto que lo mismo puede ocurrir en casa. El otro lado ofrece resultados más allá de los ideales, pero el lado liberal no parece entender esa parte de su propio sistema.