Durante 141 años, Toshiba ha sido una de las estrellas del sector empresarial de Japón; innovadora incansable, referente mundial, constructora del primer milagro económico de Asia e incubadora de algunos de los más importantes jefes corporativos del país.
Satoshi Tsunakawa, de aspecto gris, cortado de la tela del prudente salaryman (término japonés para ejecutivos con largas jornadas de trabajo y bajo nivel en la jerarquía ejecutiva) y dolorosamente comprometido con los prestamistas de la compañía, ahora administrará su caída.
El presidente y director ejecutivo de Toshiba, de 61 años de edad, se enfrenta a poner al día años de mala administración de una compañía que todavía se considera pilar del establishment japonés. Sin embargo, la empresa parece al borde de la disolución: quebrada por una depreciación de 6,300 millones de dólares (mdd) en su operación nuclear, deteriorada por los rumores de disfunción administrativa e inmersa en una crisis financiera.
Nadie esperaba que Toshiba o Tsunakawa fueran a estar en esa posición. Como ejecutivo pasó la mayor parte de sus 38 años de carrera profesional en un sector del negocio -equipo médico- que lanzó productos de alta calidad, pero que nunca le dio a la compañía ni la gloria, ni los escándalos, ni los directores ejecutivos. Nadie sabe lo que un hombre sin experiencia puede llevar a la mesa. No se espera que logre una resurrección; tal vez lo mejor que puede hacer, dicen los analistas, es manejar una liquidación que no resulte humillante.
Su principal activo es su anodina desconexión con todo -lo bueno y lo malo- que llevó a la compañía a su estado actual. Y así lo ha jugado. Cuando se nombró a Tsunakawa para dirigir la compañía en 2016, sabía lo que se esperaba de él. “Lo que requieren que haga es tomar decisiones administrativas racionales sin restricciones”, dijo. No queda claro cuándo se dio cuenta de lo despiadado que lo puede obligar a ser la realidad.
A pesar del espectacular drama que estalla en torno a Toshiba, este es el momento para el desapasionamiento de Tsunakawa. La compañía, golpeada por disputas legales y enormes excesos de costos que soportó con los proyectos nucleares de su filial estadounidense Westinghouse, es capital negativo para los accionistas. Los bancos presionan para vender las joyas de la corona de Toshiba.
Al gobierno del primer ministro, Shinzo Abe, que sabe la imagen que tiene Toshiba como abanderado nacional, le gustaría apoyar a la compañía. Pero bien podría encontrar que esa ambición no esté a tono con las medidas de apoyo que toma su administración para una mejor gobernanza corporativa. La Bolsa de Valores de Tokio tal vez no tenga otra opción más que Toshiba deje de cotizar. Los analistas de CLSA presentaron en su última nota sobre Toshiba la advertencia de que “demasiado riesgo e incertidumbre hacen que sea una compañía en la que no se puede invertir”.
Tsunakawa se unió a Toshiba en 1979, después de que se graduó de la Universidad de Tokio, y estuvo en Estados Unidos y los Países Bajos durante 15 años. Aunque no realmente no destacó dentro del imperio, ascendió en la escala corporativa después de lograr que la operación de dispositivos médicos del grupo se convirtiera en uno de sus principales motores de crecimiento.
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El escándalo de manipulación contable por 1,300 millones de dólares hizo trizas la reputación de Toshiba cuando salió a la luz en 2015, y como resultado se revelaron los efectos perjudiciales de una cultura corporativa caótica y sin actualizar. Y la compleja red de los negocios de Toshiba -desde el rentable fabricante de chips de memoria hasta las operaciones nucleares que ahora hicieron pedazos el balance- contrastan marcadamente con la épica simplificación de su rival Hitachi bajo el célebre presidente Hiroaki Nakanishi.
El puesto principal cayó a los pies de Tsunakawa cuando el escándalo purgó a sus predecesores y a los altos directivos clave. Se consideraba sin mancha y sin el tipo de vínculos que le impidieran realizar las tomas de decisiones difíciles.
Eso es exactamente lo que hizo. La semana antepasada Tsunakawa reveló que Toshiba está abierto a vender dos de las operaciones que la definieron en su era moderna: los chips de memoria y las plantas de energía nuclear. Admitió que la adquisición de Westinghouse por 5,400 mdd en 2006 fue un error, y dio marcha atrás al compromiso que había hecho de que la compañía mantendría el control de su operación de memorias NAND.
Sin embargo, las decisiones radicales hicieron poco para ganar la confianza de los inversionistas. Recientemente, cuando Toshiba anunció que pondría bajo el control directo de Tsunakawa la división nuclear en problemas, los analistas inmediatamente se mostraron escépticos. El presidente dijo en días previos que la gestión de la división debería dejarse en las manos “de expertos”.
Una importante preocupación es que, al parecer, son los prestamistas más grandes de Toshiba y no Tsunakawa los que impulsan las principales decisiones que pueden determinar su destino. Sin embargo, como dijeron los analistas de un corretaje estadounidense: “Se recordará a Tsunakawa como el hombre que desmanteló a Toshiba”.
Interrogado por los periodistas sobre lo que quedaría de la alguna vez poderosa compañía, el presidente respondió que de ahora en adelante se centrará en lo que queda de su operación de infraestructura social y buscará oportunidades en el internet de las cosas.