Un día, en 2001, el entonces presidente de un club de futbol argentino llegó a Oxford para explicar cómo planeaba aprovechar su éxito con Boca Juniors en una carrera política. “La primera cosa que ayuda”, dijo Mauricio Macri a nuestro pequeño grupo de académicos e interesados, en su perfecto inglés de negocios, “es que no tengo que invertir nada de capital para que me conozcan. Tengo un reconocimiento de 98 por ciento”.
Mejor, agregó, los triunfos de Boca le dieron la reputación de ser competente. Afirmó que incluso los aficionados del equipo rival, River Plate, a menudo decían: “La única cosa que le envidiamos a Boca es su presidente”.
El registro de esto en mi cuaderno se dirige al 22 de noviembre, casi 14 años después, se esperaba que Macri, el líder de centro-derecha, resultara electo como presidente de Argentina en una votación de segunda vuelta. La única sorpresa para mí es que no lo logró antes. En Oxford, y después en una reunión en Buenos Aires, Macri me pareció como un hombre con un destino muy evidente: rico, inteligente, guapo, divertido, y extraordinariamente claro hacia dónde se dirigía. Pero nada de esto pudo pasar sin el futbol.
En Oxford, después de un almuerzo de chuletas pastosas, Macri pisoteó siglos de tradición oxfordiana al sacar una laptop y un proyector de diapositivas para explicar su camino. Su padre Franco, nacido en Italia, era un rico empresario con muchos contratos con el gobierno. Macri trabajó para la empresa familiar hasta los 36 años, cuando fue electo como presidente del Boca. En la diapositiva donde se explicaba ese movimiento, la primera línea decía: “independencia de mi padre”.
Sonaba como el entonces presidente estadunidense George W Bush, quien también vivió a la sombra de su padre hasta que a los 42 años, se convirtió en el socio gerente general del club de beisbol los Rangers de Texas. Bush utilizó su nueva visibilidad para lograr que lo eligieran como gobernador de Texas, y partió de allí a la presidencia. Del mismo modo, Silvio Berlusconi surgió del AC Milán para dirigir Italia.
Casi todo el lenguaje político es populista, pero eso es particularmente cierto en Argentina. Hay que ver al compatriota de Macri, el papa Francisco, que ahora posiblemente es el político más popular en el planeta: un virgen de gran edad con mil 200 millones de seguidores, conduce un Fiat, habla de su amado equipo de futbol el San Lorenzo, y al final parece un tipo común.
El Boca era el club ideal para equipar al niño rico Macri con las credenciales populistas. Una frase común dice que a Boca lo apoya “el 50 por ciento más uno de todos los argentinos”.
El estadio del club, la Bombonera, es un escenario de emociones masivas. Como dijo Macri: “Estamos tan cerca de nuestros jugadores que generalmente bromeamos y discutimos con ellos durante los partidos. Si Freud pudiera regresar a la tierra y visitar Boca por una hora, diría, ‘tengo que revisar todas mis teorías’”.
Al parecer Macri siempre vio al futbol como un circo con una fría visión desde el exterior. En Oxford se presentó como un descarado manipulador de seres menos racionales. “El ambiente de futbol es muy primitivo”, nos dijo. La estrategia de Macri fue dirigir la vanidad y las emociones de otras personas. Al comienzo de su reinado en Boca, él y el director técnico, Carlos Bilardo, se deshicieron de varios jugadores populares. Los aficionados no estaban contentos, dijo Macri. “Pero afortunadamente pudimos colocar la mayor parte del daño en Bilardo, porque era una figura muy grande. Él pagó el costo”. Los directores técnicos, explicó Macri, funcionan como “fusibles, cuando pierdes tres partidos seguidos, los despides”.
Boca bajo la presidencia de Macri experimentó “su ciclo más espectacular en 100 años”. Los trofeos se acumularon, y los futbolistas se convirtieron en divas (aunque seguían bajo el control de los agentes, señaló Macri). Todos los lunes, después de otra victoria, los mercadólogos de Macri colocaban pósters donde se burlaban de los aficionados de River y los llamaban “gallinas”. Por ejemplo, las gallinas deben estar en camino al aeropuerto. ¿Por qué? “Esto crea insensatez”, dijo Macri, y la insensatez vende boletos.
Ese día salí de Oxford pensando en que Macri pronto podría ser alcalde de Buenos Aires. Un mes después, el peso argentino colapsó, y pensé que podría ser presidente.
En abril de 2002, volé a una aterrorizada ciudad de Buenos Aires para entrevistarlo en una mansión del adinerado sector de Palermo, Macri estaba triunfante.
Dijo que los argentinos a los que les golpeó la crisis rechazaron “a toda la clase de liderazgo”, excepto al presidente de Boca. “Consideran que hice un trabajo serio y responsable. Mi experiencia surgió de los negocios. Eso es lo que pude aplicar en mi periodo en Boca Juniors, y con resultados”.
Para entonces, empezó su campaña como político. Los votantes a menudo le preguntaban sobre las transferencias que planeaba Boca, o lanzaban el cántico del club “¡Dale Boca!”. En 2005 lo eligieron como congresista y en 2007 como alcalde de Buenos Aires. El mes pasado, después de una sorprendente buena actuación en las elecciones presidenciales de primera vuelta, los simpatizantes cantaron, “¡Argentina, Argentina!” como si estuvieran en el estadio.
La única cosa que le falta a Macri es la aprobación de su padre. Franco, ahora de 85 años, dijo recientemente que su hijo tiene “el cerebro para ser presidente, pero no el corazón”. Esa también fue mi impresión.
Fama
Macri fue presidente de Boca Juniors de 1995 a 2007, lo que le dio mucha popularidad, aun entre los fanáticos del River Plate.
Poder
Su carrera política comenzó en 2005 como diputado federal, y en 2007 se convirtió en Jefe de Gobierno de Buenos Aires.
Dinero
El presidente electo de Argentina declaró un patrimonio de 8 mdd, que inició con el imperio de su padre, Franco Macri.