Si caminas por las calles de la Condesa o la Roma, las colonias hipster de la Ciudad de México, es casi seguro que te encuentres con un aspirante a emprendedor. La ola emprendedora golpeó fuerte en México y parece que gana impulso rápidamente.
Una nueva generación de millennials y posmillennials, liderado por un grupo de emprendedores entre sus 30 años y hasta algunos comenzando sus 50, empieza a creer que puede cambiar el mundo al crear nuevas y mejores soluciones a los problemas cotidianos. El fenómeno se manifiesta en todas partes, no solo en la Ciudad de México. Otras ciudades en América Latina, Asia, África y Europa, que normalmente no se consideran centros de innovación, son testigos de una fiebre emprendedora en todos los niveles de la sociedad, el gobierno, la industria y la academia.
Pero México está particularmente listo para este cambio. El país es macroeconómicamente estable y disfruta de una buena relación con la mayoría de las naciones. Ocupa el segundo lugar entre 140 países en el índice Happy Planet (Felicidad del Planeta), una medida de bienestar humano e impacto ambiental que diseñó el centro de expertos estadounidense, New Economics Foundation. Esto, junto con su hospitalidad, su comida con reconocimiento mundial y belleza natural, hace que México sea un destino atractivo para turistas e inmigrantes de todo el planeta.
En el último par de años, por primera vez en su historia moderna, el país revirtió la ola de migración: más mexicanos salen de Estados Unidos (EU) para regresar a su país de origen de los que se van. Diferentes niveles de gobierno inyectan fondos federales, estatales y locales en el desarrollo de emprendedurismo y tecnología a través de subsidios, préstamos e incluso inversión directa en startups y fondos de capital de riesgo, con lo que ayudan a activar la nueva cultura.
México es popular entre los jóvenes. Más de la mitad de sus ciudadanos tienen menos de 30 años y la media de edad es de 27. Un creciente número de estudiantes universitarios se gradúa como científicos, ingenieros, diseñadores, mercadólogos y en negocios. La clase creativa de México se expande rápidamente y la nueva generación está llena de personas que no temen asumir riesgos. En un mercado de empleo estancado, esto crea una base ideal para el emprendimiento. Y el dinero comienza a entrar.
No solo hay muchas incubadoras, aceleradoras y fondos internacionales invirtiendo en México, el número de capital semilla y de riesgo mexicano aumentó rápidamente de tres, en 2008, a 14 en 2012, y a más de 60 el año pasado. Las oficinas familiares dedican parte de su dinero al capital de riesgo, participan como inversionistas en fondos emergentes o creando los suyos.
El número de inversionistas ángel creció en las principales metrópolis, y en ciudades más pequeñas se propaga el conocimiento del mercado de startups para gente con dinero a través de seminarios en donde les enseñan a diversificarse de los mercados tradicionales de propiedades y otros mercados adversos al riesgo.
La imagen pública de México recibió un impulso en los últimos 10 años con titulares como “La nueva China”, “El tigre azteca” o “Hazte a un lado Brasil”, que aparecen de manera regular en los medios internacionales.
Pero no todos están tan entusiasmados, mucho menos los propios mexicanos. De hecho, parece que el mayor obstáculo para el país es el mismo México. La corrupción y la impunidad están en su máximo nivel histórico y, culturalmente, los mexicanos aún son adversos al riesgo, tienen intolerancia al fracaso (y al éxito) y no son propensos a la colaboración. No hay confianza en las instituciones del gobierno y cambiar esta percepción tomará un par de generaciones.
Con las elecciones cruciales que se realizarán en 2018, el enfoque a corto plazo probablemente sea sobre la distribución interna del poder en lugar de avanzar hacia un objetivo común. Sin embargo, México todavía está en una etapa crucial en su historia y a punto de evolucionar hacia una economía basada en el conocimiento. El auge emprendedor debe ayudar a abrir el camino, crear nuevos empleos de alto valor, mejorar la distribución de la riqueza, generar innovación, desarrollar la competitividad y, al final, convertir a México en una nación más justa y equitativa.
Es nuestro deber seguir fomentando eso.