Ayer un colega me preguntó sobre lo que planeaba escribir en mi siguiente columna. “La crisis migratoria”, dije. “¿Por qué les llamamos migrantes?”, respondió. “¿Por qué no los llamamos refugiados?”.
Sin duda, es una buena pregunta y una que se plantean muchos comentaristas y muchos canales de noticias. Por ejemplo, Al Jazeera ya dijo que no va a utilizar la palabra “migrante”, ya que esta palabra implica una elección para trasladarse a un país. El término correcto, argumenta la cadena de noticias, es “refugiado”, puesto que la mayoría de las personas que en este momento están realizando esta acción es porque se trasladan debido a que tienen temor por sus vidas y las de sus familias.
David Miliband, el ex ministro británico de Relaciones Exteriores y ahora director del Comité Internacional de Rescate, sostiene el mismo argumento. Dice que la palabra migrante “sugiere que esas personas huyen de manera voluntaria, cuando de hecho, si bombardean fuera de tu casa tres veces, tu vida corre peligro y tienes que huir”. Sin embargo, el Financial Times, todavía maneja los titulares sobre la “crisis migratoria”. ¿Entonces estamos equivocados? No lo creo.
La palabra “migrante” se basa en hechos y hay que aclarar que no es peyorativa. Toda la gente que participa en un movimiento masivo de personas en toda Europa intentan migrar de un país a otro. La mayoría, probablemente, califica como refugiados. Pero una minoría considerable no. Por ejemplo, se estima que alrededor de una tercera parte de las personas que llegan a Alemania son de Kosovo, Albania o Serbia, países que Alemania trata de clasificar como “seguros”, lo que significa que sus ciudadanos no pueden solicitar la condición de refugiados o de asilo. Entonces clasificar a los kosovares como “refugiados” es casi seguro que sea incorrecto.
Una alternativa para estos casos puede ser referirse a ellos de forma rutinaria como “refugiados y migrantes”, al describir a las personas que buscan cruzar hacia la Unión Europea. Pero eso también puede verse como una forma de “editorializar, ya que implícitamente lleva a una diferencia entre “refugiados” (que lo merecen) y “migrantes” (que no lo merecen).
De hecho, esa distinción ya se hace rutinariamente en la discusión pública acerca de poner la palabra “económico” al lado de migrante. Mientras los políticos y los comentaristas batallan para racionalizar el debate, la importancia de la distinción entre “migrantes económicos” y “refugiados” se acentúa cada vez más. Eso se debe, en parte, a que la gente que quiere argumentar un enfoque más compasivo hacia los refugiados sirios, en especial, están muy conscientes de que la inmigración masiva es impopular en países como Gran Bretaña, los Países Bajos y Francia.
Claramente hay una diferencia importante que hacer entre las personas que, como Miliband dice, “huyen por los bombardeos de sus hogares” y los que buscan una vida mejor en la Unión Europea, pero que en realidad no temen por sus vidas. Pero, si bien puede ser útil contar con una diferencia clara, también hay casos que de alguna manera caen en un punto medio.
Alrededor de 10 mil nigerianos cruzaron el Mediterráneo este año. Muchos de ellos pueden batallar para lograr armar un caso de que tienen “un temor bien fundamentado de persecución”. Por otro lado, cualquiera que esté listo para intentar un cruce tan peligroso e incómodo probablemente esté en circunstancias muy desesperadas.
Dados los horrores de la guerra civil siria -con cerca de 250 mil muertos y alrededor de nueve millones de desplazados-, creo que la mayoría de las personas de forma instintiva estarán de acuerdo en que todos los sirios que se trasladan deben clasificarse como refugiados.
Sin embargo, incluso en este caso, se deben hacer algunas anotaciones. Un perfil de la BBC de una solicitante de asilo sira en Suecia señala que la mujer en cuestión vivía en Estambul desde hacía tres años y trabajaba en una estética y para una estación de televisión. Sus circunstancias aún eran sombrías. Mataron a su padre en Siria y su viaje a Suecia fue peligroso y caro, pero cuando ella llegó a Gotemburgo, ¿todavía era una refugiada o un migrante económico? Estas son las preguntas con las que Europa va a luchar, sin duda, durante los próximos años.