La semana pasada tuve un momento extraño. Estuve en Tbilisi, la capital de Georgia, para la conferencia anual del Instituto McCain.
Acepté la invitación meses antes de que falleciera el senador John McCain. El hecho de que se realizó solo dos semanas después de su fallecimiento aumentó la angustia. Al momento en el que escribía mi colaboración de la semana pasada, McCain era una celebridad en Georgia.
Él defendió la pequeña república mucho después de que el mundo dejó de avergonzar a Rusia para que abandonara la quinta parte del territorio que aún ocupa. En la actualidad, la posibilidad de que Vladimir Putin esté de acuerdo con eso es, incluso, menor que antes, después de que anexó Crimea en 2014. McCain también defendió la causa de Ucrania.
Otras democracias inestables en las fronteras de Rusia, perdieron a su abanderado estadounidense. No está claro quién tomará su lugar. El Senado ya no produce leones y Putin, como decía McCain, no le teme a los gatitos.
Pero el senador era un rebelde imperfecto. Uno de sus puntos ciegos era su tendencia a idealizar países como Georgia. Sin mencionar a Ucrania, Moldavia, Armenia, Azerbaiyán y otros. La tentación de comparar a los vecinos democráticos de Rusia con la autocracia moscovita era fuerte. Cada uno de estos países, en mayor o menor medida, es esclavo de los oligarcas.
Georgia, que es la más democrática del grupo, está dominada por un solo oligarca, Bidzina Ivanishvili, cuyos activos representan un tercio del ingreso nacional del país.
Mi papel consistía en realizar una entrevista pública con el último primer ministro de Georgia, Mamuka Bakhtadze. Todos los georgianos a los que les pregunté, como forma de preparación para el evento, describieron a Bakhtadze como un títere de Ivanishvili. Él es el tercer primer ministro en la misma cantidad años. Al último no se le ha visto desde que dejó el cargo en junio. Hay rumores de que convalece en un monasterio.
Para resumir, le pregunté a Bakhtadze quién era su jefe. ¿Era el electorado georgiano o Ivanishvili? Su respuesta fue torpe y poco convincente. Era una pregunta obvia que no implicaba valentía de mi parte. Pero era claro que no la esperaba. Los videos de su falta de respuesta se volvieron virales en las redes sociales de Georgia.
Muchos periodistas de la región, que querían darme la mano por haber hecho la pregunta, me abordaron en los dos días siguientes. Tan solo eso dijo mucho. El riesgo de interrogar al hombre que mueve los hilos en ese país —o al que está frente al telón— puede ser demasiado alto para las personas que no tienen reservado un vuelo de regreso a Washington D.C.
En un grado u otro, las personas extremadamente ricas ganan poder sobre los electores en todo el mundo. ¿Estados Unidos (EU) es una oligarquía? No en el mismo sentido que Georgia o Rusia, sin duda.
Solemos llamar multimillonarios, en lugar de oligarcas, a personas como Jeff Bezos y Sheldon Adelson. Muchos de ellos, como Bill Gates y Warren Buffett, tienen un espíritu hacia el pueblo muy considerable que el de sus contrapartes de Euroasia. Además, muchos lograron su riqueza de manera muy diferente a los métodos de extracción de renta de sus primos de la era posterior a la Unión Soviética.
Sin embargo, en ambos casos se mueven en la misma dirección. El patrimonio neto de Bezos ahora es superior a 100,000 millones de dólares, que es el Producto Interno Bruto (PIB) de un país de tamaño mediano, y es más grande que el de la mitad de los estados de EU. Los medios de comunicación de Rupert Murdoch inyectan tanta toxicidad en el debate público estadounidense como las fábricas de noticias falsas del Kremlin en los países cercanos a Rusia.
Y como Rana Foroohar, columnista del Financial Times, podrá atestiguar, la brecha entre las élites adineradas de Silicon Valley también se puede medir en términos de influencia política. Personas como Larry Page tienen tanto dominio sobre el Capitolio como la combinación de millones de votantes.
McCain dijo: “Ahora todos somos georgianos”. Tal vez deberíamos tomar su comentario en el sentido más amplio.
Rana Foroohar responde:
Bien dicho, Ed. Como sabes, desde hace mucho tiempo soy una Cassandra (profeta del desastre) en este tema. Me doy cuenta que soy particularmente dura con los oligarcas de Silicon Valley, quienes, sin duda, no son tan malos como los de la antigua Unión Soviética. Pero muchos de ellos parecen representar esa mezcla, que en particular es tóxica, de privilegio y arrogancia. Este despiste es peligroso. Me recuerda una cita maravillosa del fundador de Wired, John Battelle, en su libro The Search, en el que Jeff Bezos (irónicamente) se quejó del mantra de Google de “no ser malo”. “Bueno, por supuesto que no debes ser malvado. Pero tampoco deberías presumir eso”.
Hace poco, algunos lectores se han quejado de que soy muy solidaria con la creciente ola de Socialismo Democrático en EU. Todo lo que puedo decir es que cubrir empresas globales durante los últimos 30 años te hace ser más solidario.