Los defensores de modelos de capitalismo más responsables desde el punto de vista ambiental y social se han impuesto en los últimos años; sin embargo, en Estados Unidos se han topado con una reacción negativa: los políticos republicanos o conservadores han tratado de poner en la lista negra a bancos y gestores de activos que consideran que boicotean los combustibles fósiles, marcas como Bud Light y Target están bajo ataque por su mercadotecnia dirigida a los consumidores LGBTQ y algunos republicanos hicieron de la denominada “guerra contra lo woke” (guerra contra lo progre) un tema central de sus campañas presidenciales para 2024.
La reacción negativa puso a muchas compañías e inversionistas en un foco de atención no deseado, pero está consiguiendo menos de lo que esperaban sus defensores. Las medidas contra la agenda ESG (criterios ambientales, sociales y de gobierno corporativo) se descartaron en varios estados liderados por los republicanos y los fondos contra estos temas recaudan sumas insignificantes.
El aumento de las propuestas de los accionistas conservadores en las juntas anuales de este año fracasó, ya que la resolución contra la agenda ESG solo obtuvo 2.6 por ciento de apoyo, de acuerdo con el Sustainable Investments Institute (SII), un proveedor de datos. Fuera de EU, el impacto de la reacción negativa es aún menor.
Hay señales de que la convicción de los gestores de activos de que la administración social y ambiental debe formar parte de sus mandatos empieza a flaquear ante la presión de la derecha. El análisis de SII encontró que menos de una cuarta parte de los accionistas apoyaron resoluciones que pedían más acción sobre el cambio climático o los derechos humanos, un fuerte descenso en comparación con 2022. El escaso apoyo a las resoluciones ambientales en las juntas de ExxonMobil y Chevron puede estar relacionado con el aumento de las acciones de las firmas de combustibles fósiles después de la invasión de Rusia a Ucrania.
Esto puede deberse a que los grandes inversionistas consideran que muchas de las propuestas de los accionistas activistas son muy limitadas, pero la renuencia de los gestores de activos a la hora de apoyar ese tipo de propuestas hace que se corra el riesgo de alimentar el escepticismo público sobre su retórica ambiental y social.
Habrá debates de fondo sobre el papel comercial, práctico y moral que deben desempeñar las empresas y las finanzas para abordar los retos ambientales y sociales.
La inversión en materia ESG es un abarcatodo defectuoso, que intenta incluir demasiadas cuestiones en un acrónimo comercializable; hay razones para desglosarla en sus elementos separados. El éxito que han tenido sus oponentes al señalar sus contradicciones e hipocresías debe alentar a sus partidarios a reflexionar sobre cómo ha resultado tan vulnerable a los ataques. También debe incitarlos a volver a enfocarse en las responsabilidades fundamentales que las empresas tienen con sus empleados, el planeta y las personas que poseen sus acciones.
Hacerlo de esa manera, reconociendo los defectos de la agenda ESG y buscando un terreno común entre sus críticos de izquierda y derecha, puede rescatar un debate vital sobre el lugar de las empresas en el mundo de los extremos de las batallas partidistas de EU, pero los partidarios de formas de capitalismo más limpias, equitativas y sustentables tienen más cosas que hacer para demostrar que se guían por los intereses a largo plazo de sus empresas y no por la ideología.
