Como estudiante de Eton, el príncipe Harry pensaba que había solucionado el problema que lo atormentó toda su vida. Podía hacer a un lado a los periodistas que acosaban a su familia al crear su propio periódico con su hermano, el príncipe Guillermo, y llenarlo con hechos verdaderos de la realeza. Sus amigos, de manera educada, se rieron.
Avancemos un par de décadas cuando el duque de Sussex, una vez considerado el pícaro radiante de la familia real, retomó la misión de hacer Fleet Street (la calle donde antes se producían la mayoría de los periódicos británicos).
Esta vez, el duque de 35 años de edad está animado por una cuenta de Instagram con nueve millones de seguidores (más que toda la circulación impresa combinada de los diarios en el Reino Unido) y un implacable equipo de abogados expertos en difamación. A su lado está su esposa Meghan, la astuta actriz californiana que ahora cambia la forma cómo el mundo ve a los Windsor, y cómo el príncipe Harry ve al mundo.
El primero de octubre pasado, la duquesa anunció algo que, en muchos sentidos, es ordinario: demandó al Mail of Sunday por publicar una carta privada a su distanciado padre Thomas Markle. La realeza ha emitido escritos contra las editoriales tan seguido, que podría considerarse un rito de iniciación.
Lo que hizo notable esta incursión legal fue la andanada verbal de 500 palabras que vino con ella. Cruda, emocional, rebosante de ira justificada, el comunicado era la voz desatada de Harry.
Lo que le faltaba en hechos o investigación lo compensaba en osadía. Su calidez, el servicio público durante dos giras militares por Afganistán y una racha rebelde lo hacen competir con su abuela, la Reina, para ser el más popular de la realeza del Reino Unido. Pero una persona que conoce bien al duque admitió que es más “una ametralladora que un rifle de francotirador”, y agregó: “Puedes pensar que no es prudente pelear con toda la prensa”. Ningún miembro de la familia real ha intentado jamás algo así, tal vez por una buena razón.
Los periódicos sensacionalistas de Gran Bretaña, escribió el príncipe Harry, venden “propaganda de forma incesante”, “fabricaciones” y “una mentira tras otra”. Su esposa fue “vilipendiada”. También se refirió a la muerte de su madre, la princesa Diana, en 1997 en un accidente automovilístico en París mientras huía de los paparazzi. “He visto lo que sucede cuando alguien a quien amo se convierte en mercancía, hasta el punto de que ya no la tratan como una persona real”, escribió.
“Perdí a mi madre y ahora veo a mi esposa Meghan ser víctima de las mismas fuerzas poderosas”. El 4 de octubre, él siguió con acciones legales contra dos periódicos más.
La primera pareja multirracial de la realeza del Reino Unido se enfrentó a una avalancha de medios desde el principio. La declaración oficial que reconoce su relación fue una petición para cesar el “trasfondo racial” de la cobertura. Los últimos 18 meses habrían sido vertiginosos, con una boda televisada en todo el mundo, el nacimiento del bebé Archie y la dolorosa pelea pública de la duquesa con su padre, tentado a hacer revelaciones por el dinero de los tabloides (aunque el Mail on Sunday insiste en que no le pagó al señor Markle por esas divulgaciones).
Para el duque, esta pelea va más allá de su esposa. Se desató una vida de ira acumulada, opuesta al consejo de sus asesores cautelosos. Sus enredos con los tabloides en la juventud incluyen la publicación de un video de sus días en la academia militar Sandhurst. La prensa publicó con entusiasmo otras transgresiones, desde una fiesta en Las Vegas en la que estaban desnudos, hasta usar disfraces nazis.
Las personas cercanas al duque dicen que se ve a sí mismo montando una misión más grande contra una prensa manipuladora y engañosa: la podredumbre en la vida cívica de Gran Bretaña.
“Qué tontería”, respondió un editor de periódicos. “Es la declaración más extraordinaria que he visto llegar de la casa real”, dijo Penny Junor, su biógrafo. “Hacer la comparación con su madre fue demasiado emocional y excesivo... esto huele a Harry por su cuenta”.
De hecho, ese puede ser el punto. Diana lo llamó “mi Harry amante del peligro” y ahora parece estar decidido a abrir un nuevo camino. Este año, los Sussex establecieron un hogar y una fundación de caridad por separado.
Su esposa, como exestrella de televisión, estaba acostumbrada al estilo de medios más controlado de Hollywood, en el que la influencia de los diarios disminuye tan rápido como sus ingresos. Si ese modelo puede funcionar para la realeza financiada por los contribuyentes es otra cuestión.
Ahora el sexto en la línea al trono, el príncipe Harry está tratando de rediseñar el pacto entre los miembros de la realeza y la prensa, que los ve intercambiando el acceso por una cobertura medio decente y un poco de paz.
Él tiene la mira puesta en el Royal Rota, el club de prensa autónomo que decide quién asiste a los eventos y cómo se comparte el material. Para los Sussex, es “El Cártel”; El Palacio de Buckingham revisa su sistema. Pero si el príncipe Harry quiere elegir quién lo cubre, tendría que pagar por los eventos.
Los riesgos son claros. El príncipe no puede resistirse a ahondar en la cobertura de noticias, incluso aventurarse en las secciones de comentarios en línea, lo que los amigos llaman “el hoyo negro”. Si su táctica fracasa, la pregunta será si podrá salir.
YVR