Todo es gris en Fangshan. En los frecuentes días de contaminación, el color plomizo del cielo sobre el distrito conocido como el “almacén de carbón” de Pekín, al suroeste de la capital china, se funde con el de los montones apilados del mineral, con la tonalidad de la calzada y los uniformes y rostros tiznados de los mineros que entran y salen de las decenas de explotaciones de la zona. Incluso las montañas Taihang, enmarcadas de fondo, parecen espolvoreadas de ceniza. Una escena habitual, pero no por mucho más tiempo.
Como parte de un plan para reconvertir la industria ante el exceso de capacidades de algunos sectores, sobre todo en el carbón y el acero, y para abandonar de forma paulatina la dependencia del primero como la principal fuente de energía (por encima del 60 por ciento del total), China, el mayor productor mundial de este mineral y responsable de más de la mitad de su consumo global, se ha fijado cerrar este año mil minas obsoletas, de las cerca de 11 mil con las que cuenta.
La mina Chang Go Yu, en Fangshan, es una de ellas. Días antes de su obligado cese de operaciones esta primavera, el trasiego es aún incesante y Yang, transportista de mediana edad que prefiere identificarse solo con su apellido, carga a conciencia su vehículo de carbón para llevarlo a otras partes de la provincia.
“A veces lo enviamos hasta a Japón”, dice con orgullo, destacando la calidad del carbón de la mina y lamentando que, pese a ello, ésta será una de las que tenga que cerrar sus puertas.
Pero, sobre todo, Yang se preocupa por el desempleo al que se verán sometidos él y sus compañeros, muchos sin más experiencia laboral que la mina. Ellos formarán parte del casi millón y medio de despedidos que resultará de la reestructuración de la industria del carbón, cerca de dos millones si se incluyen los procedentes de la del acero.
El futuro de los desempleados y la potencial desestabilización social que representan supone un grave problema para las autoridades después de que ya se registraron protestas de afectados y de que se esperen más, a medida que los cierres y los despidos vayan ocurriendo.
En marzo pasado, el primer ministro chino, Li Keqiang, anunció un fondo de 100 mil millones de yuanes (unos 15 mil 300 millones de dólares) para subsidios y empleo de los cesados, una cantidad que aún suena a promesa vacía y que tendrá que ir acompañada de otras iniciativas si pretende resultados, sugieren los expertos.
El menor crecimiento
Anders Hove, director asociado del Instituto Paulson en Pekín, tiene dudas sobre cómo el Gobierno pretende absorber en el mercado laboral a todos esos trabajadores. Cree que una de las ideas es trasladar a unidades enteras de empleados a otras líneas de producción, y subraya la necesidad de programas de formación para aquellos trabajadores que lleven toda su vida laboral dedicados a lo mismo.
Y es que el boom del carbón en China, sobre todo a partir de los 70, supuso el traslado de millones de personas a las zonas mineras del norte, y disparó la producción del mineral, que recibió el sobrenombre de oro negro.
La fiebre del carbón continuó hasta el actual exceso de capacidades de una industria que genera casi 2 mil millones de toneladas más de lo necesario cada año, y que en consecuencia ha creado una burbuja de bajos precios y abuso de un consumo, responsable en gran medida de la contaminación en el país.
Esto sucede plena desaceleración económica, con el menor crecimiento del PIB de los últimos 25 años en 2015, y con más del 90 por ciento de las empresas dedicadas al carbón incurriendo en pérdidas.
Renovables, el próximo paso
Este tipo de industria lleva años sobreviviendo únicamente gracias al apoyo de los gobiernos locales —las llamadas compañías zombis— y el Gobierno quiere pujar por otro modelo de crecimiento más centrado en el consumo interno y más sostenible, desde el punto de vista medioambiental.
Así, la segunda economía mundial y mayor emisor de dióxido de carbono, se ha propuesto recortar hasta 500 millones de toneladas de producción de carbón entre los próximos tres y cinco años, y ha decidido suspender la aprobación de nuevas minas en tres años, mientras invierte en energías renovables e intenta incrementar el peso del gas en el suministro energético de 4 a 10 por ciento en 2020.
Un plan ambicioso y a largo plazo, pero que ya va cambiando la vida de feudos del carbón como Fangshan, donde Wang trabaja llenando del mineral las calderas de viviendas como la de Tian, quien dice que, tras el cierre de minas, “no tendremos qué quemar en invierno”, además de que “el carbón es mucho más barato que la electricidad”.
La adaptación al pretendido nuevo modelo llevará su tiempo en Fangshan, cuya cercanía a Pekín convierte al distrito en uno de los primeros afectados para reducir la densa capa de contaminación que cubre la capital.
Uno de los planes es convertir parte de la zona en cuna del ecoturismo y la producción vinícola de la región, programas que ya cuentan con inversiones millonarias que podrían devolver el color a Fangshan, lejos del gris y el hollín de los mineros que vuelven a casa con el ocaso.
500
millones de toneladas de carbón al año es la sobreproducción China del mineral; busca recortar 500 millones de toneladas.
60%
del consumo energético del gigante asiático se realiza mediante carbón, uno de los responsables de la alta contaminación.