Fidel Castro encabezó la Caravana de la Libertad el jueves 8 de enero de 1959, cuando los revolucionarios de Sierra Maestra recorrieron triunfantes la capital cubana. Tres años y tres meses después —en abril de 1962—, en Londres, nació el grupo The Rolling Stones.
Han transcurrido 58 años del primer acontecimiento y (casi) 54 del segundo, muchas cosas han variado desde entonces pero los protagonistas de estos hechos continúan fieles a su vocación: Fidel y su hermano Raúl al poder y los británicos a la música —una música, por cierto, prohibida durante décadas en Cuba por contrarrevolucionaria.
Una música que el viernes 25 de marzo retumbó en el mundo entero con el concierto de los Rolling Stones en la Ciudad Deportiva de La Habana, donde se reunió alrededor de medio millón de personas, entre ellas periodistas de todas partes, para atestiguar un hecho que —como la visita del presidente Barack Obama unos días antes— simboliza un tiempo de cambios.
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El embajador del Reino Unido en Cuba, Tim Cole, fue determinante para la realización del concierto. En entrevista con Granma, recuerda que en octubre del año pasado Jagger y uno de sus hijos visitaron La Habana y desde entonces comenzó a gestarse la idea de que los Stones incluyeran a la isla en el Olé Tour. “Mick me dijo que se había sentido muy a gusto y que la visita fue una experiencia muy buena”, le comentó el diplomático a Michel Hernández, reportero del diario cubano.
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La presentación de la banda inglesa provocó la llegada masiva de turistas a La Habana y una gran curiosidad entre los cubanos, la mayoría poco o nada enterados de la música de los Rolling Stones. Porque aunque en Cuba han actuado grupos como Audioslave, que tocó en mayo de 2005 en el Malecón; Manic Street Preachers y recientemente The Dead Daises, en el que participan Darryl Jones y Bernard Fowler, bajista y vocalista, respectivamente, de los Stones, el rock sigue siendo marginal en la isla.
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Frente al malecón, en el bar al aire libre del Hotel Nacional, el más lujoso de La Habana, con habitaciones que en temporada “alta-alta” cuestan entre 500 y mil 500 dólares la noche, la cubana Wendy Guerra, autora de libros como Todos se van, Posar desnuda en La Habana y Nunca fui primera dama, dice:
“El concierto de los Rolling Stones fue un pase de cuentas histórico, muy importante para reponernos de toda la censura con el rocanrol. Fue como una disculpa del gobierno para con las personas que amaron y aman este tipo de música.
“Yo no soy roquera, pero durante el concierto usé mi cuerpo para que mi madre —que no resistió la espera y murió— pudiera bailar con ellos. Mi madre era fanática de los Beatles, pero también le gustaban mucho los Rolling.
“Los cubanos miraron el concierto como si fuera música clásica; algunos bailaban y gritaban, pero, sobre todo, la gente estaba escuchando la música, el sonido perfecto —los cubanos no tenemos un referente roquero, pero sí del mundo del espectáculo. Por eso la gente lo vio como teatro, como un show.
“Y es que nosotros no fuimos a ver a alguien conocido ni a tararear letras conocidas. Fuimos a ver un show como de extraterrestres. No fuimos a ver algo que queríamos escuchar, sino a ver algo que nos dejaron escuchar. La gente simpatizó con el concierto, aunque no es la estética que le gusta al cubano, porque el cubano no tiene una estética del rock duro, sino de la canción inteligente, del bolero, de la salsa, de la cadencia, del tumbao, del baile en pareja. Es otro mundo. Pero es importante que los cubanos tengamos un referente y las nuevas generaciones puedan decidir si quieren seguir adelante con esta música. Lo fundamental es la posibilidad de elegir.
“La visita de Obama, la actuación de los Rolling y hasta el desfile de Chanel (el próximo 3 de mayo) en el Paseo del Prado marcan una nueva era en Cuba”.
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Al salir del aeropuerto José Martí, el jueves 24, luego de esperar hora y media para recoger el equipaje, en el trayecto hacia El Vedado, donde se encuentran las oficinas del Centro de Prensa Internacional (CPI), el taxista responde una pregunta:
“No conozco a los Rolling Stones, pero voy a ir al concierto. Claro que voy a ir”.
Dos equipos infantiles juegan un partido de beisbol en una cancha ante un público reducido, seguramente familiares y amigos. En las bardas de algunos edificios se leen las frases “Listos para vencer”, “Viva Cuba libre”, “Este es tiempo virtuoso y hay que fundirse en él”, “Patria o muerte”.
El taxista dice de pronto:
“Tenemos el país más tranquilo del mundo. Es muy bonito mi país, nomás nos falta mejorar la economía”.
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En un recorrido hacia el lujoso Miramar, donde están las embajadas y la casa de Fidel Castro, otro taxista afirma que no asistirá al concierto: “Me gusta la música pop americana, no tanto el rock”, comenta sin dejar de señalar construcciones emblemáticas.
Las casas con amplios jardines y albercas se suceden una tras otra. Las calles están vacías. El hombre continúa:
“Los cubanos creemos que con la visita de Obama habrá cambios profundos en el país. Desde el punto de vista social estamos bien, pero el problema es la economía. Tengo 58 años y me he criado en todo el proceso revolucionario, he visto a la revolución en todos sus procesos y la falla que tiene el sistema es la economía.
“Este carro (golpea el tablero con la palma de la mano), yo lo eché a andar. Si lo tuviera una empresa del Estado, si lo tuvieran los choferes, no estaría andando. Las empresas del Estado consumen pero no son capaces de preservar. En cambio, cuando hay un dueño, si tiene un negocio lo que le interesa es ganar; si lo que tiene es un vehículo, lo que le interesa es cuidarlo, ¿me entiende?
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Wendy Guerra, a quien acompañan su editora de Anagrama y algunos amigos escritores, entre ellos el peruano Jeremías Gamboa, comenta:
“Necesitamos preservar los cánones culturales, los estudios culturales, los gestos culturales tan bien edificados por la revolución, pero también necesitamos libertad de expresión, que cada persona determine su destino”.
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Dos estudiantes de la universidad, un hombre y una mujer, afirman que irán al concierto de los Rolling Stones y discuten cuando él habla de la libertad de expresión como una asignatura pendiente de la revolución cubana. Ella se impone y él cambia de tema; sugiere una visita a la bellísima Parroquia del Carmen, en Menocal y Neptuno, un recorrido por el Callejón Hamel —en la Habana Centro—, espacio consagrado a la cultura afrocubana, a sus deidades, ritos, bailes, bebidas.
Durante el paseo hablan de sus expectativas, reconocen los logros de su país en la cultura, la ciencia y el deporte, y lamentan la pobreza en que viven.
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En el Hotel El Vedado (75 dólares la noche), donde la televisión no funciona y la regadera arroja agua a todos lados, menos a donde el usuario desea, la camarista, de alrededor de 60 años, no oculta su entusiasmo por el concierto cuando asevera:
“Yo me voy a apurar para irme temprano. Esto yo no me lo pierdo. Voy con mi hija, mi yerno y un hermano. Vamos todos”.
Al día siguiente cuenta que el concierto fue espectacular, mejor de lo que esperaba. Y como tantos otros cubanos, se pregunta quién llegará después de los Rolling Stones porque su país comienza a abrirse al mundo.
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En el Parque John Lennon, en El Vedado, tres cubanos procedentes de Pinar del Río se disponen a tomarse una foto con la estatua del legendario autor de “Imagine”, que se encuentra sin lentes. Al verlos, un hombre se acerca y les dice que esperen un momento; de una bolsa saca unas gafas redondas y las coloca donde deben ir.
Cuenta que al poco tiempo de ser develada la estatua, en el 2000, comenzaron a robarse los lentes, por eso a él se le comisionó para ponerlos en su lugar cada vez que alguien va a fotografiarse al lado de John, sentado en el extremo de una banca.
La escultura, obra de José Villa, fue develada por Silvio Rodríguez y por el propio Fidel Castro, quien de esta manera reivindicó la música de los Beatles, prohibida por la revolución hasta 1966, cuando —según la página Casa Antigua— “un programa de radio divulgó por primera vez una canción del cuarteto de Liverpool”.
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Los Fab Four son unos ídolos en Cuba. El embajador Tim Cole comenta: “Me he quedado sorprendido por el furor hacia los Beatles que hay aquí. Estuve en Bayamo, fui al Bar de los Beatles y había cuatro estatuas de los músicos a la entrada. Creo que en Cuba se ha llegado a escuchar a los Beatles incluso más que en Londres”.
En una esquina del Parque John Lennon se encuentra el bar El submarino amarillo, que rinde homenaje a la obra del grupo integrado por John, Paul, George y Ringo.
Los cubanos de Pinar del Río entran a tomarse fotos. Relatan que han asistido a otros conciertos, entre ellos al de Audioslave en la Plaza de la Revolución. Uno de ellos advierte: “Pero lo de los Rolling Stones es otra cosa, es grandioso. Y es apenas el principio”.
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Caminar por la Habana Centro es hacerlo por una ciudad en ruinas; en todas partes los edificios parecen a punto de derrumbarse, muchos de ellos están abandonados. En contraste, la Habana Vieja luce restaurada, esplendorosa. Ahí están la catedral, el Capitolio, el Museo de la Revolución, la Bodeguita del medio, el Bar Floridita (cuna del daiquiri), los más famosos paladares (restaurante de particulares), el Hotel Ambos Mundos, cuya habitación 511 ocupó Hemingway entre 1932 y 1939 y se conserva como un museo. La Habana Vieja, declarada en 1982 por la Unesco Patrimonio de la Humanidad, es un oasis en medio de la decadencia que envuelve a la capital cubana. Como lo es el Hotel Nacional en El Vedado, donde los autos antiguos que salen en las postales se forman en espera de los turistas más adinerados, la mayoría de los demás taxis son solo carros viejos, destartalados y humeantes.
Pasear por La Habana es escuchar las voces de sus habitantes, reconocer viejas canciones, encontrarse con la presencia cada vez más constante del reguetón. Ver a las decenas de personas, la mayoría jóvenes, que se amontonan frente a los hoteles o edificios públicos con sus computadoras, tabletas o teléfonos celulares para captar la señal de Wi-Fi que les permita conectarse con los amigos o parientes que viven en otros lugares, porque en Cuba nadie tiene internet en su casa. Es asomarse al culto a la personalidad de Fidel y Raúl, a lemas como “Socialismo o muerte” o “Cuba, cuna y losa de insignes patriotas”. Es advertir que —como dijo Mick Jagger durante el concierto— los tiempos están cambiando.