Mike Pompeo, el flamante secretario de Estado del presidente Donald Trump, es un antiguo oficial de caballería, empresario y congresista conservador que ya se sumergió en una de las maniobras diplomáticas más ambiciosas en décadas: lograr un acercamiento con Corea del Norte.
Hace aproximadamente un mes, se reunió en secreto en Pionyang con el enigmático autócrata norcoreano Kim Jong-un.
Entonces como jefe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), Pompeo estableció así el primer contacto cara a cara que abriría el camino para una cumbre entre Kim y Trump.
Ahora, ya como cabeza del enorme pero desmoralizado cuerpo diplomático estadunidense, este halcón político de 54 años debe preparar al presidente republicano para una reunión que podría ayudar a evitar una escalada de tensiones en la península coreana.
Desde que asumió Trump y hasta este jueves, cuando fue confirmado como secretario de Estado por el Senado, Pompeo fue director de la CIA y con frecuencia le daba al magnate su informe diario de inteligencia.
El mandatario, sin experiencia en política exterior, se irritó con muchos de sus asesores de seguridad nacional, pero con Pompeo logró formar un buen vínculo.
Trump nunca se llevó bien con su primer secretario de Estado, Rex Tillerson, un ex ejecutivo petrolero con una pragmática visión del mundo más cercana a la corriente conservadora dominante de Washington que al nacionalismo de “Estados Unidos primero”, lema electoral del presidente.
Pero mientras Tillerson irritaba a su jefe, Pompeo desplegaba artimañas políticas aprendidas como congresista de cuatro mandatos, abriéndose camino en el círculo interno de Trump con un fórmula de elogios y apoyo público incondicional.
Pompeo comparte la línea dura del presidente respecto a Irán y Corea del Norte y evitó contradecir directamente la afirmación del mandatario de que Rusia no actuó en su favor durante la campaña electoral de 2016, aunque esa fue la conclusión de la propia CIA.
Nacido y educado en el sur de California, Pompeo se graduó con la mejor nota de su clase en la academia militar de West Point en 1986, especializado en ingeniería.
Como congresista, este cristiano socialmente conservador se opuso al matrimonio homosexual y al financiamiento de la planificación familiar.
En su audiencia de confirmación, insistió en que manejaría al amplio y diverso personal del Departamento de Estado de forma justa y sin prejuicios, pero se negó a decir si todavía cree que la homosexualidad es una “perversión”.
Hizo el servicio militar durante cinco años —nunca en combate— y luego ingresó en la facultad de derecho de Harvard. Más tarde fundó una empresa de ingeniería en Wichita, Kansas, donde formó lazos con multimillonarios petroleros y poderosos operadores del Partido Republicano, quienes apoyaron su campaña para entrar al Congreso.
Rápidamente pasó a integrar el Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes que, como organismo de control de la CIA y otras agencias, estaba al tanto de los secretos mejor guardados de EU.
Pero Pompeo ganó notoriedad en un comité especial que los republicanos formaron para investigar la muerte en 2012 del embajador en Libia, Christopher Stevens, y otros tres estadunidenses en Bengasi.
Se convirtió en la voz principal contra la rival de Trump, la demócrata Hillary Clinton, a quien como secretaria de Estado se la acusaba de tener responsabilidad política por los asesinatos.
Como director de la CIA, bromeaba con matar a Kim Jong-un, alentando temores de un retorno de la tendencia de la agencia a apoyar asesinatos de dictadores que no gozaban del favor de Washington.
Durante la audiencia de nominación, el senador republicano Rand Paul se quejó de su agresividad, alegando que podría ir en contra del instinto de Trump de evitar costosas aventuras en el extranjero.
Pero Paul terminó votando para confirmar a Pompeo después de que Trump lo llamó y le aseguró que el nuevo secretario comparte su ambición de sacar a las fuerzas estadunidenses de Siria y Afganistán.
Con información de Paul Handley, Dave Clark.