El secretario de Estado, John Kerry, corre tras su par ruso, Serguei Lavrov, en busca de un acuerdo para poner fin a la guerra civil en Siria, a cuatro meses de que el gobierno de Barack Obama deje la Casa Blanca.
Lavrov y Kerry se reunirán hoy y mañana en Ginebra para discutir sobre Siria, anunció ayer la cancillería rusa, tras los encuentros en esa misma ciudad suiza el 26 de agosto y el fin de semana pasado en la cumbre del G20 en China. Esas negociaciones maratónicas, al parecer por iniciativa de EU, no han dado ningún resultado.
Los dos jefes de la diplomacia discutieron telefónicamente "los detalles pendientes para un acuerdo sobre la cooperación ruso-estadunidense en la lucha contra los grupos terroristas en Siria, el incremento de la ayuda humanitaria y para impulsar el proceso político", según un comunicado del ministerio ruso.
Los dos cancilleres tienen un canal de comunicación privilegiado entre dos potencias que mantienen frías relaciones desde 2012.
Moscú y Washington apoyan bandos opuestos en la guerra siria (EU a la oposición no yihadista y Rusial al presidente Bashar Asad) y no logran coincidir, por lo pronto, en los términos de un cese al fuego, ni sobre la diferencia entre grupos rebeldes moderados y yihadistas, ni sobre una cooperación militar, mucho menos sobre un esbozo de solución política entre el régimen y sus adversarios.
Este conflicto se complicó y se volvió internacional desde marzo de 2011, con más de 290 mil muertos y el éxodo de millones más.
Desde que asumiera funciones en febrero de 2013 —sustituyendo a la ahora candidata demócrata a la presidencia, Hillary Clinton—, Kerry buscó con entusiasmo encontrar una solución diplomática en Siria.
También buscó reactivar el proceso de paz israelopalestino (antes de fracasar en 2014) y para llegar, en julio de 2015, a un acuerdo histórico sobre las armas nucleares en Irán.
Pero para la tragedia siria, la hiperactividad de Kerry molesta. "Kerry da la impresión de que es EU el que corre detrás de un acuerdo con los rusos", dice Joseph Bahout, investigador francés de la fundación Carnegie.
"Un secretario de Estado estadunidense tiene más cosas que hacer que ver al ministro ruso de Exteriores cada dos semanas", opina.
Incluso en el corazón del muy sereno Departamento de Estado, los diplomáticos dejan ver un punto de molestia frente a los viajes incesantes de su secretario, que lo alejan de Washington tres semanas cada mes. "Aquello se vuelve patético y ridículo, si no fuera dramático para Siria", dice Bahout.
El lunes pasado, al margen del G20, Vladímir Putin y Barack Obama sostuvieron una entrevista informal sobre Siria, pero sin conclusiones.
El presidente estadunidense se felicitó con prudencia de un intercambio "productivo", mientras que su par ruso manifestó "un cierto acercamiento de posiciones".
Washington y Moscú presiden conjuntamente el Grupo Internacional de Apoyo a Siria (GIAS), que reúne a una veintena de potencias mundiales y regionales, y que estableció, en noviembre del año pasado, una hoja de ruta para una paz interina, aprobada en diciembre por el Consejo de Seguridad de la ONU.
El proceso diplomático tiene tres etapas: el cese al fuego, la ayuda humanitaria y la transición política entre el gobierno sirio y la oposición moderada.
Por otra parte, las dos potencias, que bombardean por separado a Siria, discuten desde julio una colaboración militar para hacer respetar el cese al fuego y combatir juntos a los grupos yihadistas.
A pesar del compromiso armado de EU contra el grupo extremista Estado Islámico (EI) en Siria e Irak, Obama sigue siendo un gran escéptico del intervencionismo militar a toda costa. El mandatario siempre rechazó desplegar masivamente tropas en el terreno, al margen de asesoramiento y entrenamiento.
Si bien Kerry nunca se quejó abiertamente de no ser lo suficientemente escuchado en la Casa Blanca, evocó un misterioso "plan B" para Siria.
"La situación es muy simple: Kerry ha dicho con frecuencia que necesitaba un plan B, incluso llegó a evocar la amenaza de un tal plan. Pero el presidente nunca le dio plan B", critica James Jeffrey, ex consejero del presidente George W. Bush y experto en el Instituto Washington para Política de Oriente Medio.