David Ty Reza construyó de manera discreta su carrera en la actuación que lo llevó a ser premiado en el Festival Internacional de Cine de Cannes, pero ahora, contundente, pretende hacerse de una vida en México, convivir más con su padre, obtener la doble nacionalidad.
Él ya es gringo por nacimiento, pero quiere hacerse mexicano y, ¿por qué no?, materializar su sueño de niño: interpretar telenovelas.
No es un caso único, sino una representación de los 70 mil estadunidenses hijos de mexicanos que entre enero y julio adquirieron la doble nacionalidad, de acuerdo con cifras de la Secretaría de Relaciones Exteriores proporcionadas a MILENIO.
Esto significa que en promedio hay 10 mil mexicanos más cada mes, o 333 al día, casi 14 cada hora.
Esta es una apuesta por México ya que el horno no está para bollos, resume Reza desde su nueva residencia en Querétaro. Vino con todo y explica sus razones:
“Nunca había tramitado la ciudadanía mexicana, pero ahora, más que nunca, me parece valiosísima. En Estados Unidos no se descarta que podría revocarse la ciudadanía si eres hijo de migrantes. Uno no sabe lo que va a hacer ese señor (Trump) en el poder”.
Desde luego, se refiere al clima hostil que viven los migrantes y latinos en Estados Unidos, donde el presidente Donald Trump empuja la eliminación de la ciudadanía por nacimiento, una propuesta que se mantiene latente, apenas detenida a golpe de frenos judiciales.
“No importa si naciste allá, no importa si tienes documentos o si hablas inglés: si tu piel es morena, puedes ser arrestado, deportado, despojado”, describe David. Por eso quiso adelantarse a cualquier escenario extremo que podría dejarlo desprotegido y se mudó a México para adoptar aquí no solo la nacionalidad de sus padres sino la propia cultura.
Aquí se dio cuenta de que, aunque ya es adulto y autosuficiente, enfrenta algunos problemas que pueden resolverse con un documento.
“Si soy ciudadano mexicano puedo trabajar fácilmente, participar en más castings para seguir aquí mi carrera de actor”, resume.

Doble nacionalidad: más cotizada que nunca
En el caso de los niños cuyo padre, madre o ambos son mexicanos, la falta de la nacionalidad puede hacer más dramática su formación.
La Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación reconoció en 2022 que en el país residían más de 480 mil niños y adolescentes con ese perfil, por lo que acusan problemas para recibir servicios de salud y educación. Ser extranjeros acarrea inconvenientes.
De esos 480 mil, más de la mitad, 286 mil, habían nacido en Estados Unidos, y 194 mil en otros países.
En tiempos recientes algunas cifras están dando cuenta de que la doble nacionalidad se ha vuelto más cotizada que nunca y que su alcance en Estados Unidos no es cualquier cosa: más de 37 millones de personas declararon tener ascendencia mexicana en 2021, según el Centro de Investigaciones Pew, especializado en tendencias demográficas y cuya sede está en Washington.
El trámite puede realizarse en cualquier sede diplomática del mundo y, por la información que los consulados han hecho pública en este año, se sabe que hay un creciente interés por adquirir la doble ciudadanía que México reconoce desde 1998.
En el condado de Los Ángeles, California, la SRE destaca que a través del reciente programa Consulados Sobre Ruedas esperan atender en ocho semanas a alrededor de siete mil 800 citas de comunidades como Bell Gardens, Cudahy, Maywood, Huntington Park y South Gate.
En Chicago, el consulado reconoció a principios de año que el número de citas para el trámite se triplicó y en junio, la cónsul adscrita en Dallas, Evelyn Vera, informó que desde que Trump llegó al poder el número de citas para la doble nacionalidad también se multiplicó por tres:
“Buscamos que tenga más protección, si los niños ya tienen nacionalidad mexicana, yo puedo intervenir y exigir que les sean devueltos a los padres”, y no solo los reclame Estados Unidos como sus ciudadanos, explica la funcionaria.
En Denver, el cónsul Pavel Meléndez informó que desde junio –es decir, a mitad de año– ya superaron el número de actas de nacionalidad mexicana que se otorgaron el año pasado, un trámite que en general es sencillo: se necesita sacar una cita, el acta de nacimiento de la persona interesada y de los padres, más dos testigos.

Me voy pa’l pueblo
David Ty Reza está convencido de que el trámite de la doble ciudadanía debe hacerse, sea allá o aquí. Él prefirió hacer todo en México después de que cerró su apartamento en Los Ángeles y quiso olvidarse del sancochado tóxico que se cocina en Estados Unidos, que antes se erigiera como tierra de las libertades.
“Hay amigos que me han contado que si alguien no está de acuerdo contigo, te amenazan con llamar a migración, lo están usando como un arma”, se lamenta David. “Me preocupa no estar allá, pero también me duele pensar en volver, siento mucha angustia por mis mascotas, por mi ex pareja, por todo lo que está pasando”.
Así que va pa´lante para obtener su acta mexicana. Ya envió su documento apostillado desde Carolina del Norte, donde nació; lo mandará a traducir, lo llevará al Registro Civil, luego tramitará su Clave Única de Registro de Población (CURP), su credencial para votar, su pasaporte y listo… ¡Mexicano con todas las de la ley!
Con la interpretación del papel de Carmelo, el personaje principal de El Paisa, un cortometraje premiado en festivales internacionales, incluyendo Cannes, David Ty Reza se consolidó como un actor chicano en ascenso.
Previamente en las películas Chasing, fue Julio, el protagonista. En la miniserie Trayizon, encarnó a Santiago en un papel regular. También actuó en Anything for my Mother, como Gustavo. En teatro ha explorado múltiples facetas: fue Marcos en Arena: A House Music-al, 'El Cucuy' en Bad for the Community, y participó en un elenco versátil en Brown and Out y Lessons Learned, de The Robey Theatre Company.

Su trabajo le ha valido reconocimientos como el Premio al Mejor Elenco en el Festival de Cine de Las Vegas (2020), el Premio al Mérito como Mejor Actor Principal en el Global IndeFest (2015), y una nominación en el Long Island Film Festival (2016), pero no ha sido un camino sencillo.
El viacrucis comenzó con una llanta inflada cruzando el río Bravo. En ella iba una mujer con ocho meses y medio de embarazo. A su lado, su esposo, sus cuñados, sus suegros y una familia completa que obedecía a la voz inapelable del abuelo: “ya estuvo, nos vamos todos para el norte”.
Era 1980. Aquella mujer dio a luz en Florida a su primera hija. Luego vendrían David en Carolina del Norte, y otro hermano en Texas como hijos de trabajadores migrantes que piscaban naranjas, duraznos o fresas de un estado a otro.
Chicano: ni de aquí ni de allá
David vivió su infancia en Carolina del Norte. Además de sus hermanos, él era el único niño mexicano en una escuela donde el color de piel era una sentencia. Los niños afroamericanos no los aceptaban. Los anglos tampoco.
“Nadie sabía en qué cajón meternos”, cuenta David, “nos decían de todo, que éramos chinos y se jalaban los ojos... A mi hermana mayor la agarraron entre varias niñas, la sacaron por la ventana del baño. El bullying era constante”.
David recuerda que ser mexicano no era una bandera, sino una carga. Que ver a su padre con botas, sombrero y estampas de la Virgen de Guadalupe en la camioneta les causaba vergüenza. No querían destacar, sólo encajar.
Así iba la cosa pero, a sus 14 años, su vida dio un giro porque sus padres se separaron. Él y sus hermanos se quedaron con su papá, quien decidió volver a México, a un pequeño pueblo del Estado de México llamado Luvianos.
Era un mundo completamente distinto. En Carolina del Norte eran los únicos mexicanos; en México, eran los gringos. Otro tipo de discriminación, pero más suave. La burla era con ellos, no sobre ellos.
En México, él y sus hermanos aprendieron a leer, escribir y hablar español. Se enamoró de la comida, de la libertad de andar por el pueblo, de sentirse, por primera vez, con sentido de pertenencia. Luego regresó a Texas a los 18 años, vivió con su hermana y ahí encontró algo que no había sentido ni en Carolina ni en Luvianos.
“Ahí conocí a los chicanos. Gente como nosotros. No éramos ni de allá ni de acá. Pero entre ellos sentí algo distinto. Aunque eran muy diferentes a nosotros también”, describe con una sonrisa nostálgica.

El sueño al revés: de Estados Unidos a México
La actuación siempre fue su refugio. Cuando vivía en Toluca, supo que había audiciones en Televisa. Un día, mientras su papá salía con los hermanos, David agarró sus ahorros y se fue solo a la Ciudad de México. Tenía 16 años.
“Me paré afuera de Televisa, le dije al guardia que venía a la convocatoria, se rió de mí. Me sentí triste. El taxista me dijo: ‘no te agüites, mano, vamos a TV Azteca’. Allá me recibieron mejor, pero me dijeron que debía terminar la prepa”.
Años después, su primer trabajo fue un cortometraje estudiantil en Texas. Luego vinieron comerciales, algo de modelaje, y una decisión arriesgada: mudarse a Los Ángeles a perseguir su sueño. Fue mesero, asistente, lo que fuera, mientras actuaba en teatro. Fue protagonista de una película titulada El Camino, y recientemente en El Paisa, un cortometraje premiado internacionalmente.
Trata sobre un joven hijo de migrantes, gay, que no aceptaba su cultura ni su orientación. Conoce a Carmelo, El Paisa, y él le enseña que está bien ser quien eres, explica David, cuyos ojos se iluminan al hablar del teatro, su verdadera pasión.
Pero la vida no siempre camina en línea recta. Una mala relación sentimental y el acoso de Trump lo llevaron al límite. “Me estaba dando en la torre”, reconoce. Decidió regresar a México, a respirar, a recomponerse. Se fue al rancho con su padre a cortar pasto, a cuidar animales, a ayudar los fines de semana en un puesto de menudo y tacos de cecina.
Y en medio de todo eso, llegó la reflexión más grande: su doble identidad, la que durante años fue una carga, ahora podía ser una tabla de salvación.
“Mucha gente cree que México es un país de tercer mundo. No saben lo que dicen. Aquí el clima, la comida, la gente… todo es más humano. En Estados Unidos se batalla para todo. Aquí si no tienes qué comer, vas al campo y encuentras algo. En el rancho, si no tengo dinero, voy por huevos y ya tengo desayuno”.

En septiembre, David debe volver al país del norte a filmar tres episodios más de una serie y un cortometraje titulado Espiral, basado en su experiencia: un migrante gay que decide autodeportarse para reconectar con su tierra y con un padre que lo rechaza.
“Mi papá no es así. Siempre me ha aceptado como soy. Pero en el cortometraje, el padre guarda rencor, y ese conflicto es el eje de la historia”, dice, separando claramente la ficción de su realidad.
Y, si bien su sexualidad es solo de él, su historia se ciñe no sólo a la de un actor buscando su lugar en el mundo, sino la de miles que caminan la frontera y aman dos himnos, que llevan dos pasaportes en la mochila y un corazón dividido, pero entero.
“Tengo miedo, claro. Pero también estoy más fuerte. Estoy feliz de estar en México. De entender mi historia. De abrazar a mi padre, de volver a mí”.
Y mientras corta el pasto durante cuatro horas, mientras sirve menudo en el puesto del fin de semana, mientras piensa en los castings que hará para la televisión mexicana, David no deja de soñar.
Porque la actuación –como la migración– es, al fin y al cabo, otra forma de decir: estoy aquí, existo, valgo y no tengo límites.

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