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“Vi que el agua se tragaba a la gente”

En Baja California Sur, los vientos y la lluvia originados por la tormenta tropical ‘Lidia’ golpearon al vado de Santa Rosa, que por segunda ocasión sufre los embates de un fenómeno meteorológico.

Los habitantes de Los Cabos, Baja California Sur, nunca olvidarán el pasado 31 de agosto, cuando Lidia, sin alcanzar la categoría de huracán, cubrió todo el territorio con fuertes vientos y lluvias causando estragos como hacía mucho tiempo no sucedía.

Guadalupe López, habitante del vado de Santa Rosa, un asentamiento irregular en San José del Cabo, describió con horror cómo Lidia se lo llevó todo. “Vi cuanta gente se tragó el agua pidiendo ayuda, lo que nadie hacía porque o te salvas tú o salvas a la persona que va arrastrándose en el agua”, recuerda.

El vado de Santa Rosa se ubica en zona de riesgo, a orillas de lo que, antes de Lidia, fuera un arroyo ahora sepultado por la arena.

Es la segunda vez que un fenómeno meteorológico los golpea. La primera fue en 2014 tras el paso del huracán Odila.

“Desde Odila las autoridades de Baja California Sur prometieron reubicarnos, lo que no ha sucedido. El gobierno no nos ayuda, no estamos aquí por gusto, es necesidad”, asegura con desánimo Pamela García, mientras hace fila para recoger el alimento que reparten los voluntarios.

Las paredes de las decenas de chozas endebles del Vado de Santa Rosa quedaron destruidas. Eran cuartos de apenas unos metros cuadrados. La pobreza se nota a metros de distancia y en los rostros de los niños que corren descalzos en el arenero que se convirtió el arroyo.

LA PEPENA

El vado de Santa Rosa se convirtió en un cementerio de automóviles que arrastró la corriente de la tormenta tropical Lidia.

Entre el insoportable olor de los animales muertos, José se esfuerza por quitar las piezas de los vehículos que se encuentra a su paso.

“Lo que quitamos mayormente son las llantas”, cuenta.

Mientras limpia la sangre de uno de sus dedos, machucado en las maniobras que realiza, dijo que con esta actividad tiene ganancias hasta de mil pesos por día, mismos que guarda para reconstruir su casa.

“No hay ayuda del gobierno. Hay que juntar para la casa o unas láminas y para alimentar a la familia”

CERRARÁN ALBERGUES

Este fin de semana cerrarán los dos albergues habilitados en San José del Cabo y Cabo San Lucas para las personas en riesgo y afectadas por Lidia.

Al menos 170 personas deberán abandonar las escuelas primarias que se utilizaron como refugios temporales, porque los niños deben regresar a clases.

“No voy a saber qué va a pasar con esta gente. Emocionalmente me involucro demasiado con la problemática y el sentimiento de las personas”, dice Candelaria Pérez, trabajadora social del DIF estatal.

La mayoría de las familias que se encuentra en los albergues temporales vivía en zonas de riesgo, y de sus casas no quedó nada. Así lo cuenta Mari Rodriguez:

“Yo vivía en Santa Rosa. La verdad me fue muy mal; se llevó todas mis cosas y no tengo adónde ir”.

Hasta el próximo domingo los afectados tendrán en este lugar acceso a servicio médico, cobijas, comida caliente y un lugar para pasar la noche. También serán inscritos a un programa de trabajo temporal.

Fortino Becerra llegó al albergue de la primaria en San José del Cabo con su esposa y dos hijas. Dice lamentar que las históricas lluvias que trajo Lidia se llevaran su casa completa por segunda vez; la primera fue durante el huracán Odila.

Después de haberlo perdido todo, las víctimas de Lidia, como Fortino, agradecen estar vivos y tener a su lado a la familia.

Durante la reunión estatal de Protección Civil, el gobierno de Baja California Sur informó que tras el cierre de los refugios en las escuelas el próximo lunes buscará habilitar algunos gimnasios para recibir a quien lo necesite.

SOBREVIVIENTE

“Le pedía a Dios por mi bebé, que me ayudara a salir con vida”, dice Tania García, quien nunca olvidará que el pasado 31 de agosto Lidia le arrebató a su padre y a su esposo frente a sus ojos.

Tania fue arrastrada por el caudal del arroyo Lagunitas, en Cabo San Lucas, cuando viajaba en un auto con su marido y su padre.

“Mi papá decidió que nos bajáramos para tratar de estar a salvo. Entonces él y mi esposo se bajaron y en cuanto pisé, la fuerza del agua me arrastró. Intentaron agarrarme, pero fue inútil y vi que mi papá se soltó del auto”, recuerda.

Gritos y un par de rostros de desesperación son lo último que Tania recuerda haber escuchado y visto de su padre, Jesús Salas, de 42 años, y su esposo, René García, de 23, con quien esperaba la llegada de un bebé que ahora tiene casi seis meses en su vientre.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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